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la nigua

Tan chiquita, tan pequeña, tan invisible, tan nada, es un átomo, es un punto, de figura es ultra-escasa;
Pero corre como perro y como conejo salta, y muerde como la víbora y arroyos de sangre saca.
No sabemos cuando llega y se nos sube a las zancas, pero a veces sí sentimos cuando corre y cuando salta y se aferra del pellejo con su aguda trompa larga.
Ella baja, luégo sube, camina, después se para, mete el pico, toca, huele, recorriendo nuestra planta,
y se prende de los dedos o del calcañar se agarra.
Allí luégo se está quieta: ya no corre, ya no salta, si halla donde formar nido o hacer de carne la casa.
Y comienza su trabajo
y empieza a meternos lanza, con su agudo, largo pico el pellejo nos taladra, y la sangre se la chupa, y con gusto se la traga, y se come los terrones que de aquella cueva saltan.
Y aunque más pellizcos vengan,
aunque más pellizcos vayan;
aunque el señor de los dedos
con las uñas la acorrala,
ella sigue trabajando con su fina trompa larga, sin ver lo que sufre el dueño del predio donde hace casa.
Al principio cuando entra, ella poco espacio abarca, pero da en poner sus huevos
por montones y a la diabla.
y al par que crece y se esponja,
se esponja y crece la casa.
Y aquel nido de la nigua
que al principio no se hallaba,
se vuelve una perla, un mote,
un melón, una tinaja,
y amarillea desde lejos con su tinta anaranjada....
¿Habrá quien no haya tenido una nigua bien toreada y no haya despedazado alguna estera, rascándola?
¿Habrá alguno que no goce saliéndosele la baba, al sentir el picoteo de la nigua cuando escarba?
Ay! una delicia es esto, esto es una cosa magna, que sólo puede igualarse a comer con buena gana.
Y no me vengan con cuentos
que a todo mundo esto pasa,
otra cosa es que los tontos
no confiesen la chaguala.
Pero sigamos la historia de la nigua en su morada, cuando vemos que se crece, que se esponja, que se ensancha.
A ella como inquilino, el dueño de la posada armado de alguna aguja o de una sutil navaja, llega un día y, sin más fórmulas, ni un «desocupe la casa», con tiempo rompe la puerta y a todo sol me la planta, con satisfacción cogiendo entre uña y uña esa sarta de huevos que cual castillo revientan, suenan y saltan.
Quedando la pobre nigua, no ya, como antes, ufana, ágil, traviesa y saltona, sino triste, mustia, lánguida....
Aguardando que las uñas del que carne le dio y casa, den fin a tan duras penas volviéndola pura cáscara.
La nigua es pequeña, y mucho, pero aunque pequeña, guapa,
pues no le teme a las fieras ni a las ruines alimañas:
Dejadle venir un toro, una sierpe no le alarma de un puñal ella se ríe, corre por sobre una espada, juega con una escopeta, y un revólver no le espanta; empero no le mostréis una aguja, una navaja, ni le indiquéis unas uñas, porque al punto se desmaya.
La nigua aunque se asemeja a la pulga, es más mediana, mucho más; pero también es mucho más condenada.
Pone al hombre, algunas veces, caminando en cuatro patas, lo martiriza, lo tulle, y a veces hasta lo mata.
Una nigua es una fiera, es la criatura más brava: ¡ah!, si se aumentara en cuerpo, con el genio de su raza, la humanidad no existiera, ¡qué de gente se tragara!....
Mi Dios siempre sabe mucho, con ese viejo es jarana, sabe más que el Padre Astete, sabe más que el mismo patas:
A la nigua que es pequeña le dio hiel avinagrada, y en el elefante puso la mansedumbre y la calma.

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