


Eran aproximadamente las cinco de la tarde, había hecho un caluroso día, las horas lograron hincharse en el ambiente rehervido, como dificultándosele su transito habitual por las manecillas del reloj; entonces decidí salir a caminar un rato. Las negras de Colón me llamaron poderosamente la atención, por aquello de sus cinturas estrechas que parecen estar bien atadas al ombligo mediante un nudo gordiano, sus caderas descomunales que no son más que un torbellino de carnes firmes colgadas de un hermoso esqueleto y una elegancia africana de flamencos en playas de olas dormidas, que solo las lucen ellas ¡Que negras! Me dirigí al café Nacional, en una esquina viejísima donde se puede atinar con un delicioso café espeso y espumoso y un pulpo al ajillo con papas a la francesa. Allí me senté y llamé al mesero para hacer mi pedido, a la mesa llegó un comensal ajeno a mi, era un hombre blanco de cabello totalmente cano, con una espesa bigotada, con pequeños indicios de haber sido rubio en algún momento de la vida; también pidió lo de él. En el tiempo que estuvimos allí, lo abordé por aquello que el que come solo come con el diablo y quise compartir la compañía, y dejar solo al diablo. Le pregunté de donde era y con mezquina cordialidad me dijo que era Colombiano -“¿de qué parte de Colombia?”- le pregunté - “de un pueblito de Antioquia, se llama Ituango”- me dijo. Yo sonreí, logré sentirme más en familia a pesar de su rostro de hielo, entonces le dije: -“somos paisanos, yo también soy Colombiano”- “¿de qué parte?” me preguntó –“de Valledupar”- le dije; sus músculos faciales cedieron y soltó una carcajada de cordales totales, se paró y me saludó, me dio un abrazo de amistades añejas, (como si nos hubiésemos conocido en Ituango y tuviésemos cuarenta años sin vernos) entonces me dijo: “¿qué te provoca ve, compadre?” En ese tono tan nuestro, pero mal ensamblado en su acento Paisa. Me expresó enseguida que fue gran amigo del maestro Escalona, que Dios se había equivocado en no dejarlo tener el privilegio de haber nacido en Valledupar; que el General Torrijos los había presentado a mediados de los 70 en una casa de unas mujeres de bisagras amplias y de vida fácil, ubicada en la avenida tumba muertos en la capital Panameña. Para terminar su presentación me dijo: “fui muy cercano al General, su nombre de pila fue Omar Efraín Torrijos Herrera, sencillamente me gané su confianza de viernes a domingo; porque los días de semana vendía cachivaches al por mayor en Colón”.
La serenata a Zenobia
Me describió Ituango (como le decían al Paisa por cariño) a esta hermosa mujer que logró robarle el corazón al General, “Zenobia era una morena troza, de cabello negro y unos ojos verdes, era una princesa, ave María por Dios, solo tomaba champaña viuda de Cliqcout, y el encargado de llevárselas por cajas era yo; se las enviaba el general. En un tiempo fue meretriz de toros finos, pero el General logró domarle esos efluvios desmadrados.” Continuo diciendo Ituango: “Esa noche cuando el General llegó en su Mercedes Benz blanco al sitio acordado, yo esperaba en el porche de la casa acompañado con el cuarteto de guitarras, el General llegó acompañado de un hombre de buen color, delicadamente guardado en una camisa de cuadros diminutos manga larga y un sombrero blanco hueso; se dirigió a mí y me preguntó ¿listo?, listo General, le respondí, luego me presento al hombre del sombrero, que dijo llamarse Rafael Escalona, ya lo había escuchado mencionar en Colón, era conocido para varios colombianos amigos míos. La serenata terminó en una gran fiesta. Adentrada la noche y casi tendida a los pies de la madrugada el General le pregunta al maestro Escalona qué hora era; el maestro le mostró ambos puños; a esa altura ya tenía las mangas dobladas: ¡no tenia reloj!, el General exclama: “¿cómo es posible que un hombre capaz de hacer una casa en el aire, con cimientos de nubes; y de construir un universo de amor dentro de cualquier corazón descuidado, no tenga un reloj para darle la hora a un pobre general enamorado?” El general sonríe y me mira, luego guarda un efímero silencio y me dice: “Ituango hágale llegar a Rafael una caja de relojes de diferentes modelos, para que se canse de ver la hora y cada ve que la mire se acuerde del pobre general enamorado.”
El día lunes el maestro tenía los relojes en su despacho. Poco tiempo después me hizo otro pedido, nunca le cobré al maestro, no creo que el maestro estuviera vendiendo relojes, nunca supe para que los quería, porque reincidió en la necesidad de relojes hasta que dejó de ser cónsul; también me hizo un pedido de camisas vaqueras; un día me encargó tres pares de zapatos Forche de diferentes colores, me acuerdo talla 41 creo que eran para el presidente López y hasta ese día fuimos amigos porque equivocadamente le entregué uno de los pares con un zapato talla 41 y el otro 42, y el reclamo que me hizo fue: -“oiga Ituango para su información los colombianos no tenemos presidente fenómeno; cosa que si tienen los Panameños con el General”, lo decía por aquello de tener dos corazones en un solo pecho” – Esto fue lo que me contó Ituango, yo en ese momento no le di credibilidad a las historias, pero tengo que confesarles que comí feliz escuchándolas.
Y entonces cayó a mis pies
En una tertulia Vallenata comentaban la historia de unos relojes que enviaba el maestro Escalona a sus amistades –“¿quizá de dónde sacaba esos relojes el maestro?” comentó un amigo. La historia la tenía yo en mis manos, pues esa conversación con Ituango era reciente y cuento con una memoria de elefante, esto sin el ánimo de pisotear mi humildad. Enseguida me puse en contacto con los que manosean las historias del mundo Vallenato y me contó el Turco Pavajeau, que siendo cónsul el Maestro, él fue a Panamá y era Rafael Noriega (el cara de piña) el encargado de cuidar la seguridad del aeropuerto (Tocumen) y casi le decomisa un chivo salaó y un queso biche que le llevaba al maestro, y cree él que una encomienda que mando Escalona muy bien envuelta fue el primer cargamento de relojes que entraron a Valledupar, también supe que existían unas cartas que complementaban la historia de los relojes, que yo sabia de cabo a rabo por culpa de Ituango, y no dudé en buscarlas, llegaron a mi poder tres cartas, una de ellas, la de los relojes.
La carta
La carta la envía el maestro Escalona al pintor Molina, y tiene fecha de enero 17 de 1977, dice así:
“Profesor Molina: yo supe que Ud. se ha puesto a difamarme por los relojes que yo en razón de obsequio, cosa que no hace Ud., mando a los buenos amigos como Julio Gámez y Armando Uhia. ¡No sea malo! ¡ Sea mejor persona!. No sea de Codazzi, no tenga alma de cachaco. Sea de Patillal. Sea como Hernán Maestre, ejemplo de ternura; como Hernandito, ejemplo de nobleza; como Víctor Julio, hombre hecho trabajo; como Alvarito, conciencia libertina de una sabana; como El Turco, bondad y brujería personificada, y en fin, ¡sea de Patillal! Sea como Justa, Sara Daza, Lola Maestre, herederas de una tradición ejemplarísima y continuada por ellas, sea honorable profesor, como Pacha Martínez y Elina Molina, almas nobles y ejemplares. En fin sea bueno, pórtese mejor, no hable de los amigos desterrados, no desbarate con sus palabras las bellezas que produce su inteligencia obedecida por un pincel. Siga siendo artista pero no desconcertante.
Le transcribo parte de la carta con fecha de enero/77 que recibí de la comadre Consuelo. Dice así:…….. “advierto que no recibo ni acepto relojes. Jaime Molina me hizo cogerles un pánico a toda clase de relojes de los que usted envía de regalo a Valledupar, pues me contó que el que usted le envió a Julio Gámez después de varios procesos ante una inspección por quejas de los vecinos que se unieron para protestar, porque el ruido del reloj de Julio no los dejaba dormir, parece que estalló una noche en el brazo de Julio, sobre cargado de fuerza dinámica y esto le costo la perdida de la mujer y de la casa.... que conste que esto lo dice Jaime Molina” ¿Usted cree profesor Molina, que esto es poca vaina? Pero yo bien se que es pura envidia que usted le tiene al reloj de Julio Gámez, ahí le mando,…. “Para que se le acabe la vaina” uno a usted, ojalá le estalle y salga volando como Ricaurte en San Mateo, con Alma, la Tata, y Diogenito prendidos en esos pantalones bolsú que usted manda a hacer a $12. ATT Rafa.”
Es esta la historia de los relojes del Maestro. Agradezco infinitamente a Ituango por contarme esta hermosa historia y otras más, que también las escribiré, pues estoy investigando su veracidad; también gracias a Alma la madre de los hijos del pintor Molina, a Tata y Diogenito como dijo el Maestro, por atenderme ese sábado en su casa. Son muchas las historias que se tienen que escribir porque descansan dormidas en un letargo de olvido, que se pueden ver despertar en una tradición oral que con el tiempo llamará la atención del mundo.
La serenata a Zenobia
Me describió Ituango (como le decían al Paisa por cariño) a esta hermosa mujer que logró robarle el corazón al General, “Zenobia era una morena troza, de cabello negro y unos ojos verdes, era una princesa, ave María por Dios, solo tomaba champaña viuda de Cliqcout, y el encargado de llevárselas por cajas era yo; se las enviaba el general. En un tiempo fue meretriz de toros finos, pero el General logró domarle esos efluvios desmadrados.” Continuo diciendo Ituango: “Esa noche cuando el General llegó en su Mercedes Benz blanco al sitio acordado, yo esperaba en el porche de la casa acompañado con el cuarteto de guitarras, el General llegó acompañado de un hombre de buen color, delicadamente guardado en una camisa de cuadros diminutos manga larga y un sombrero blanco hueso; se dirigió a mí y me preguntó ¿listo?, listo General, le respondí, luego me presento al hombre del sombrero, que dijo llamarse Rafael Escalona, ya lo había escuchado mencionar en Colón, era conocido para varios colombianos amigos míos. La serenata terminó en una gran fiesta. Adentrada la noche y casi tendida a los pies de la madrugada el General le pregunta al maestro Escalona qué hora era; el maestro le mostró ambos puños; a esa altura ya tenía las mangas dobladas: ¡no tenia reloj!, el General exclama: “¿cómo es posible que un hombre capaz de hacer una casa en el aire, con cimientos de nubes; y de construir un universo de amor dentro de cualquier corazón descuidado, no tenga un reloj para darle la hora a un pobre general enamorado?” El general sonríe y me mira, luego guarda un efímero silencio y me dice: “Ituango hágale llegar a Rafael una caja de relojes de diferentes modelos, para que se canse de ver la hora y cada ve que la mire se acuerde del pobre general enamorado.”
El día lunes el maestro tenía los relojes en su despacho. Poco tiempo después me hizo otro pedido, nunca le cobré al maestro, no creo que el maestro estuviera vendiendo relojes, nunca supe para que los quería, porque reincidió en la necesidad de relojes hasta que dejó de ser cónsul; también me hizo un pedido de camisas vaqueras; un día me encargó tres pares de zapatos Forche de diferentes colores, me acuerdo talla 41 creo que eran para el presidente López y hasta ese día fuimos amigos porque equivocadamente le entregué uno de los pares con un zapato talla 41 y el otro 42, y el reclamo que me hizo fue: -“oiga Ituango para su información los colombianos no tenemos presidente fenómeno; cosa que si tienen los Panameños con el General”, lo decía por aquello de tener dos corazones en un solo pecho” – Esto fue lo que me contó Ituango, yo en ese momento no le di credibilidad a las historias, pero tengo que confesarles que comí feliz escuchándolas.
Y entonces cayó a mis pies
En una tertulia Vallenata comentaban la historia de unos relojes que enviaba el maestro Escalona a sus amistades –“¿quizá de dónde sacaba esos relojes el maestro?” comentó un amigo. La historia la tenía yo en mis manos, pues esa conversación con Ituango era reciente y cuento con una memoria de elefante, esto sin el ánimo de pisotear mi humildad. Enseguida me puse en contacto con los que manosean las historias del mundo Vallenato y me contó el Turco Pavajeau, que siendo cónsul el Maestro, él fue a Panamá y era Rafael Noriega (el cara de piña) el encargado de cuidar la seguridad del aeropuerto (Tocumen) y casi le decomisa un chivo salaó y un queso biche que le llevaba al maestro, y cree él que una encomienda que mando Escalona muy bien envuelta fue el primer cargamento de relojes que entraron a Valledupar, también supe que existían unas cartas que complementaban la historia de los relojes, que yo sabia de cabo a rabo por culpa de Ituango, y no dudé en buscarlas, llegaron a mi poder tres cartas, una de ellas, la de los relojes.
La carta
La carta la envía el maestro Escalona al pintor Molina, y tiene fecha de enero 17 de 1977, dice así:
“Profesor Molina: yo supe que Ud. se ha puesto a difamarme por los relojes que yo en razón de obsequio, cosa que no hace Ud., mando a los buenos amigos como Julio Gámez y Armando Uhia. ¡No sea malo! ¡ Sea mejor persona!. No sea de Codazzi, no tenga alma de cachaco. Sea de Patillal. Sea como Hernán Maestre, ejemplo de ternura; como Hernandito, ejemplo de nobleza; como Víctor Julio, hombre hecho trabajo; como Alvarito, conciencia libertina de una sabana; como El Turco, bondad y brujería personificada, y en fin, ¡sea de Patillal! Sea como Justa, Sara Daza, Lola Maestre, herederas de una tradición ejemplarísima y continuada por ellas, sea honorable profesor, como Pacha Martínez y Elina Molina, almas nobles y ejemplares. En fin sea bueno, pórtese mejor, no hable de los amigos desterrados, no desbarate con sus palabras las bellezas que produce su inteligencia obedecida por un pincel. Siga siendo artista pero no desconcertante.
Le transcribo parte de la carta con fecha de enero/77 que recibí de la comadre Consuelo. Dice así:…….. “advierto que no recibo ni acepto relojes. Jaime Molina me hizo cogerles un pánico a toda clase de relojes de los que usted envía de regalo a Valledupar, pues me contó que el que usted le envió a Julio Gámez después de varios procesos ante una inspección por quejas de los vecinos que se unieron para protestar, porque el ruido del reloj de Julio no los dejaba dormir, parece que estalló una noche en el brazo de Julio, sobre cargado de fuerza dinámica y esto le costo la perdida de la mujer y de la casa.... que conste que esto lo dice Jaime Molina” ¿Usted cree profesor Molina, que esto es poca vaina? Pero yo bien se que es pura envidia que usted le tiene al reloj de Julio Gámez, ahí le mando,…. “Para que se le acabe la vaina” uno a usted, ojalá le estalle y salga volando como Ricaurte en San Mateo, con Alma, la Tata, y Diogenito prendidos en esos pantalones bolsú que usted manda a hacer a $12. ATT Rafa.”
Es esta la historia de los relojes del Maestro. Agradezco infinitamente a Ituango por contarme esta hermosa historia y otras más, que también las escribiré, pues estoy investigando su veracidad; también gracias a Alma la madre de los hijos del pintor Molina, a Tata y Diogenito como dijo el Maestro, por atenderme ese sábado en su casa. Son muchas las historias que se tienen que escribir porque descansan dormidas en un letargo de olvido, que se pueden ver despertar en una tradición oral que con el tiempo llamará la atención del mundo.
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