
El cabo Piedrahíta tiene puestos los guantes y la trapeadora está lista para la primera pasada. La misión es remover el aroma a orines de tortuga icotea que tiene la oficina de la Policía Ambiental Metropolitana. Piedrahíta escurre bien el trapero y comienza el vaivén desde el fondo del cuarto."El aroma de los 'miaos' de la icotea -explica- es muy fuerte y hay que lavarlo antes de que se pegue del suelo".La icotea que se le orinó en la oficina al cabo Carlos Piedrahíta es una tortuga de agua dulce, que debido a su lentitud terrestre y lo apetecida en mercados del interior, es una de las tres especies silvestres más traficadas en el país, junto con la tortuga morrocoy y las iguanas.-A los niños les encantan por pequeñas y fáciles de tener.Después de escurrir bien el trapero, Piedrahíta se saca los guantes y se sienta frente a un escritorio pequeño con un computador que comparte con otros dos patrulleros. Él lleva quince años en la institución y nueve en la Policía Ambiental Metropolitana. Puede decir que esas canas que le adornan la cabeza, efectivamente, se las han sacado los animales, tanto los salvajes como los civilizados.-Canas y cicatrices -dice y me muestra la mano derecha con una cicatriz que apenas es perceptible-. Esta me la hizo un venado que estaba en un balcón en Santa Cruz.Y cuenta, casi como si fuera un chiste, que una mañana llamaron a la oficina para denunciar que un señor en el barrio Santa Cruz, en el nororiente de la ciudad, tenía un venado y una guacamaya hacinados en un balcón. "Y era verdad, allá estaban el venado y la guacamaya, dos animales silvestres que nada tenían que hacer en un segundo piso, encerrados".Sin embargo, en esa ocasión no tenía los nueve años de experiencia de ahora e intentó coger el venado como si estuviera apresando un ladrón callejero. El venado, debido a la presión del encierro, le respondió como pudo: se alzó y lo pateó con los cascos delanteros.-Los cascos de los venados, y no supe eso hasta ese momento, son como cuchillas de afeitar que cortan. Me abrió de una.Al lado, otros dos patrulleros se ríen. Saben que a pesar de que no están tratando con criminales en la calle, lo están haciendo con animales, y con muchos. El año pasado la Policía Ambiental Metropolitana incautó 6.125 especies de fauna silvestre, 9.100 unidades de flora y se capturó a 35 personas responsables de comercializar y traficar con la naturaleza.Al frente del cabo Piedrahíta, con una mirada serena y sonriente, está la subteniente Andrea Sánchez, la que manda en la oficina. Para ella lo más importante es que los habitantes de Medellín y del Valle de Aburrá sepan que los animales son para que estén es su hábitat y no en la calle o el patio de una casa, amarrados."La misión es preservar el medio ambiente, intentando que la gente ni compre ni tenga animales silvestres en la casa. Muchas veces el daño que hacemos es irreparable", comenta la teniente Sánchez.Entonces le devuelve la palabra a Piedrahíta, que se ríe, porque sabe muy bien a lo que se refiere. Hace seis años, la policía ambiental recibió una llamada de una señora que denunciaba la presencia de "dos gatos enormes", en el patio trasero de una casa, que no era ni una finca ni una casa finca, era una casa de barrio.Se dirigieron a la dirección indicada, llegaron hasta una casa de barrio y, como nadie respondía al llamado, revisaron por los muros de las casas vecinas para ver con sus propios ojos que no era un gato enorme, sino un puma que se paseaba en la mitad del solar de la casa.-En ese tiempo debimos solicitar a la Fiscalía un permiso de allanamiento y ayuda al zoológico, porque esto era un tema mayor -cuenta Piedrahíta-.
Eso sí, el puma se dejó coger fácilmente porque además de estar metido en un corral, no tenía ni colmillos ni garras."El daño irreparable", por supuesto. Por lo general, la mayoría de los animales incautados son llevados al Centro de Rehabilitación Ambiental del Área Metropolitana, ubicado en Barbosa. Allí, después de varios meses de trabajos con veterinarios, se intentan devolver a su hábitat natural. Sin embargo, con el puma era imposible: sin garras ni colmillos, en menos de una semana en el bosque estaría muerto por inanición.Después de limpiar los orines de tortuga, Piedrahíta y un grupo de patrulleros salen a realizar las diligencias diarias. Es jueves y se atienden las denuncias hechas desde el martes o, en su defecto, entregas voluntarias. El primer caso: tres tortugas morrocoy que viven en el patio trasero de un artista en el barrio Córdova."Es que el peor enemigo de los animales es el hombre", sentencia el patrullero Edwin Hurtado, otro de los viejos miembros de este grupo de la Policía. Él maneja la camioneta Chevrolet doble cabina que sirve de transporte para los efectivos.-¿Por qué lo dice?-Mi cabo, ¿se acuerda del caso del mono peludo en el Popular 1?Por supuesto que el cabo lo recuerda. Hurtado cuenta cómo recibieron la denuncia de que un señor en el barrio Popular 1 tenía un mono como mascota. La Policía procedió con la incautación del primate, que en ese entonces era un bebé, pero a los pocos días recibieron una orden de devolución por parte de la autoridad ambiental.-El señor había tutelado a la Policía para exigir la devolución del mono, por considerar que era un miembro de la familia y que una hija enferma lo extrañaba mucho- relata Hurtado.Tres años después recibieron otra llamada. Esta vez era el mismo señor rogando para que se llevaran el mono que estaba a punto de acabarlo a golpes y ya no lo querían en la familia. Al llegar, notaron que los brazos del señor estaban cortados por la furia del primate. "Los animales silvestres no son para tenerlos en la casa, tarde o temprano se vuelven una carga peligrosa", explica Piedrahíta.Las tres tortugas están en un patio encerradas por un pedazo de cama. Caminan en círculos mientras mascullan un pedazo de habichuela. Alejandro, el dueño, confiesa que la primera, Juana, se la regalaron y las otras dos las compró a un niño cuando regresaba de un paseo a la costa. "Yo antes -recuerda- vivía en una casa con solar y ellas podían estar tranquilas, pero aquí, en este patio, es un suplicio. Es mejor entregarlas".Por el radio recibe el informe de un perro herido que se resguarda en un parqueadero de Prado Centro.En el camino, Piedrahíta me dice que otro de los problemas graves en Medellín es el maltrato a los animales domésticos. "Diariamente tenemos unos tres o cuatro casos de perros golpeados, caballos abandonados, gatos heridos. El maltrato es abundante", dice.Y el maltrato de cualquier manera. Piedrahíta no puede olvidar a un burro que se paseó errabundo por las calles de la ciudad durante varios días, fracturado en la mayoría de sus huesos después de que lo atropellara un auto."La gente que nos llamó nos dijo que el animalito llevaba varios días caminando herido por las calles", cuenta el cabo. Por supuesto, cuando lo llevaron a la clínica veterinaria del CES, no fue mucho lo que se podía hacer por el animal. "Por qué la persona que atropelló el burro no llamó para que lo auxiliaran y por qué la gente no llamó antes", pregunta Piedrahíta. Tuvieron que aplicar la eutanasia.Cuando llegamos a Prado Centro, nos encontramos con un labrador dorado con la cabeza a punto de explotar por un golpe. "La gente se ensaña con los perros. Les pegan por cualquier motivo y muchas veces nos hemos encontrado que por el puro gusto de pegarles".Pero esa no es la única forma de maltratar a los perritos. Piedrahíta cuenta que entre las múltiples formas de abuso está el hacinamiento. "Un animal necesita espacio para vivir y hemos encontrado casos de 20 perros en una misma casa en La América o, el peor de todos, un tipo con 69 especies de pájaros en un tercer piso, en Itagüí", dice con mucha indignación.Al labrador lo montan en la camioneta, al lado del guacal con las tortugas. La idea es llevar el perro lo antes posible al CES, en Envigado, para que lo atiendan de urgencia. La expresión del labrador es desoladora. Lo miro y ni puede levantar la cabeza de lo adolorido que está y en lo único que pienso es que muchas veces nosotros somos los animales.Piedrahíta no lo mira mucho. A los miembros de la Ambiental les está prohibido encariñarse -como un pacto implícito con el deber- con los animales que incautan y transportan. "No hacemos nada si le quitamos los animales a la gente y después somos los que los tenemos lejos de su hábitat. Aquí, animal que llega, animal que dejamos en el CAV", advierte.Mañana será otro día. Me despido de ellos. Deben volver a atravesar la ciudad para rescatar a un loro cascabelillo que se encontró una familia en la vía a Bolombolo. Ese es su trabajo y no importa la hora, ni la fecha, siempre hay que estar ahí para cuando ellos, los animales, necesitan la protección contra la brutalidad del hombre.
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