El fútbol es el deporte universal por excelencia. Para muestra unas cifras: el Mundial de Sudáfrica de 2010 fue transmitido por 376 canales de televisión, de 214 países, con una audiencia acumulada de 26.200 millones de telespectadores, ochocientos de los cuales vieron la final. Níngún otro deporte o espectáculo atrae así.
¿Qué encanto tiene ver a veintidós hombres en calzoncillos enfrentados para introducir una pelota en el arco del rival? Eso mismo se preguntaba Borges, para concluir que el fútbol era popular porque la estupidez era popular. Con el respeto debido al gran escritor argentino, su afirmación fue desafortunada. El fútbol es un deporte que practican y degustan por igual los incultos y los sabios. La plebe y la aristocracia. ¿Serán todos estúpidos?
Quizá el más famoso de sus defensores haya sido el premio Nobel Albert Camus, portero en su juventud, que dijo para la posteridad: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol.”
Muchos escritores se declararon hinchas del fútbol. Neruda con su poema “Los jugadores”, Mario Benedetti con su cuento ”Puntero izquierdo”, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Miguel Delibes, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato y Mario Vargas Llosa lo defendieron. Entre nosotros, el escritor y académico Daniel Samper Pizano hace permanente apología de este deporte.
El enfrentamiento por el fútbol entre personas de cualquier nivel intelectual es uno de los argumentos que me sirven para ensalzarlo. Ninguna actividad se presta tanto para suscitar choques u opiniones encontradas. Si eso es entre contradictores ya podrán imaginarse lo que ocurre entre seguidores. Detrás de cada fanático hay un entrenador en potencia, o por lo menos un comentarista. De manera que un partido da lugar a inacabable discusión en la que, a decir verdad, todos tienen la razón. Ni siquiera los resultados adversos son prueba de la bondad de la tesis ganadora, pues el perdedor fácilmente busca una excusa como el mal arbitraje, las malas condiciones del campo, el agotamiento de los jugadores por un extenuante viaje y hasta la hechicería.
Dos situaciones recientes sirven de ejemplo. Un par de contertulios discutían sobre cuál era la mejor liga de fútbol, si la inglesa o la española. El uno decía que la española, porque tenía a los dos mejores clubes de Europa, Barcelona y Real Madrid. El otro le refutaba que la inglesa, porque había más paridad entre los equipos que permitía que por lo menos cinco o seis clubes disputaran el título. ¿Quién tiene la razón?
Jorge Luis Pinto, el nuevo entrenador del Junior, sostuvo que se identificaba más con el estilo de Mourinho el entrenador del Real Madrid, por sus conceptos de presión, que con Guardiola el del Barcelona, que trabaja más con la posesión del balón. Respetable su postura pero discutible su justificación. Pareciera –digo yo- no haber visto bien los encuentros recientes de los azulgrana, en donde se destacó la capacidad de recuperación de la pelota, pues así como la poseen por largo rato, adormeciendo a los más encopetados rivales, cuando la pierden la recobran en un santiamén. Permanecen con la esférica hasta por cinco o seis minutos seguidos y la recuperan en quince segundos. De manera que Guardiola profesa la presión y la posesión.
Son muchas las razones por las cuales me gusta el fútbol. La expuesta es un buen preámbulo para una serie de notas sobre el tema.
¿Qué encanto tiene ver a veintidós hombres en calzoncillos enfrentados para introducir una pelota en el arco del rival? Eso mismo se preguntaba Borges, para concluir que el fútbol era popular porque la estupidez era popular. Con el respeto debido al gran escritor argentino, su afirmación fue desafortunada. El fútbol es un deporte que practican y degustan por igual los incultos y los sabios. La plebe y la aristocracia. ¿Serán todos estúpidos?
Quizá el más famoso de sus defensores haya sido el premio Nobel Albert Camus, portero en su juventud, que dijo para la posteridad: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol.”
Muchos escritores se declararon hinchas del fútbol. Neruda con su poema “Los jugadores”, Mario Benedetti con su cuento ”Puntero izquierdo”, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Miguel Delibes, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato y Mario Vargas Llosa lo defendieron. Entre nosotros, el escritor y académico Daniel Samper Pizano hace permanente apología de este deporte.
El enfrentamiento por el fútbol entre personas de cualquier nivel intelectual es uno de los argumentos que me sirven para ensalzarlo. Ninguna actividad se presta tanto para suscitar choques u opiniones encontradas. Si eso es entre contradictores ya podrán imaginarse lo que ocurre entre seguidores. Detrás de cada fanático hay un entrenador en potencia, o por lo menos un comentarista. De manera que un partido da lugar a inacabable discusión en la que, a decir verdad, todos tienen la razón. Ni siquiera los resultados adversos son prueba de la bondad de la tesis ganadora, pues el perdedor fácilmente busca una excusa como el mal arbitraje, las malas condiciones del campo, el agotamiento de los jugadores por un extenuante viaje y hasta la hechicería.
Dos situaciones recientes sirven de ejemplo. Un par de contertulios discutían sobre cuál era la mejor liga de fútbol, si la inglesa o la española. El uno decía que la española, porque tenía a los dos mejores clubes de Europa, Barcelona y Real Madrid. El otro le refutaba que la inglesa, porque había más paridad entre los equipos que permitía que por lo menos cinco o seis clubes disputaran el título. ¿Quién tiene la razón?
Jorge Luis Pinto, el nuevo entrenador del Junior, sostuvo que se identificaba más con el estilo de Mourinho el entrenador del Real Madrid, por sus conceptos de presión, que con Guardiola el del Barcelona, que trabaja más con la posesión del balón. Respetable su postura pero discutible su justificación. Pareciera –digo yo- no haber visto bien los encuentros recientes de los azulgrana, en donde se destacó la capacidad de recuperación de la pelota, pues así como la poseen por largo rato, adormeciendo a los más encopetados rivales, cuando la pierden la recobran en un santiamén. Permanecen con la esférica hasta por cinco o seis minutos seguidos y la recuperan en quince segundos. De manera que Guardiola profesa la presión y la posesión.
Son muchas las razones por las cuales me gusta el fútbol. La expuesta es un buen preámbulo para una serie de notas sobre el tema.
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