En lo más profundo de la selva amazónica colombiana, a orillas del río Caquetá, se encuentra el territorio indígena de Araracuara, habitado por indígenas Huitotos, Muinanes y Nonuyas.
Allí está el internado, orientado por el sacerdote Jorge Mazo Posada, un paisa de Ituango que llegó como misionero hace unos 8 años. Ciento cincuenta niños de todas las edades, entre internos y no internos, madrugan a las seis de la mañana a barrer, trapear y ayudar con la cocina antes de asistir a sus clases.
Para matricularse los niños llegan a pie o una mula después de varias horas o días, incluso de otras comunidades con la ilusión de lograr un cupo para estudiar en el internado donde convivirían con otros niños indígenas y colonos.
Seis profesores que trabajan más por amor que por dinero y la Hermana Carme, una médica franciscana española que vive desde hace 12 años en este resguardo, es el resto del equipo misionero que ha hecho de este lugar un remanso de paz para estos niños en medio de la guerra.
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