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HISTORIAS DE CACERIA EN ITUANGO ......VENADOS, CONEJOS..GUAGUAS...TATABRAS.ARMADILLOS

Hace pocos días, en una entretenida conversación con Don José Alfredo González Correa, más cariñosamente llamado “Don Pepe González” en la casa de Don Bernardo Correa Duque, en cercanías a la capilla de El Carmelo; le contó a este medio informativo, pormenores de su gusto y afición por la caza y la pesca en varias regiones de Ituango y otros lugares del departamento en décadas pasadas.


Es un ilustre ituanguino, nacido el 16 de febrero de 1935, en el hogar conformado por Lázaro González Arango, natural de Envigado y Amalia Correa Echeverri, oriunda de San Andrés de Cuerquia, junto a otros diez y siete hermanos, de los cuales hoy sobreviven apenas seis.

Por esas cosas de la vida, nunca se casó, ha vivido en Medellín desde hace ya muchos años, muchos de los cuales, los empleó en el oficio de la talabartería, pero ocasionalmente, viaja a su querido terruño para descansar, saludar a su hermano, propietario de la Droguería González, los paisanos y amigos más cercanos, entre ellos, Bernardo Correa Duque y Alejandro Barrera Correa.

Luego del saludo protocolario, común en estos casos y después de hacerle una referencia sobre la importancia del tema relacionado con la historia de los grandes cazadores en este municipio del lejano norte de Antioquia; se va animando y empieza a contar:

“De todo ese familión, fui el más aficionado a la cacería y la pesca, herencia que me dejó el abuelo materno y de toda su descendencia, Cipriano Correa Pulgarín, natural de Sopetrán. Fue un instinto adquirido por orden de Dios, pues desde joven me ha gustado la cacería para ir a “montiar, salir a buscar animales, acechar, es decir, esperar en los comederos y cebaderos de las cosechas, acompañados por unos buenos perros, aprovechando la experiencia adquirida de grandes maestros en este campo como Don Antonino Jaramillo Gil, conocido en esa época como “Nino”, un hombre extraordinario, honrado y sincero, experto en la caza del venado y del cual estoy muy agradecido por sus enseñanzas, sobre todo, para aprender a cazar la guagua; Don Roberto Agudelo Pérez, un hombre a carta cabal, con las mismas costumbres y cualidades de “Nino”. Los dos anteriores, me enseñaron a respetar la naturaleza, sin ser depredador, haciéndolo únicamente para la alimentación y el entretenimiento, así como también para evitar el daño que estaban causando estos animales; pero nunca con la intención de matar por matar, ni con fines comerciales para vender las carnes o las preciosas pieles. Recuerdo mucho al ex alcalde de Ituango, Don Darío Saldarriaga, ya fallecido, quien me colaboró mucho con la traída hasta acá a Ituango de unos extranjeros, de los cuales les hablaré más adelante. De igual manera, de otros paisanos que me han brindado su amistad y cariño como las familias Correa Mira, y en especial, de Bernardo, a quien le dí la clave o el secreto para matar al temible tigre de Ituango en la región de Pascuitá, hecho ocurrido en 1982, a Alejandro Barrera Correa, un hombre afiebrado por la caza y uno los pocos que aún queda en esta actividad, el joven, Noé Gonzalo Rojas Palacio o “El mono Rojas”, a la familia Dávila Sánchez; algunos de ellos, a los que expreso mis afectos y aún se encuentran vivos conmigo, disfrutando de las libertades que nos ha dado Dios y la naturaleza y, un réquiem para otros más que están gozando de Dios en la eternidad y que espero se conserven allá con sus buenas cacerías y pescas.

Tuve el honor y el gusto de haber invitado y contado con la presencia de cazadores de gran estirpe, con una mentalidad muy entrenada como Don Miguel Ochoa Mejía, gran profesor de la Universidad de Antioquia, hermano de Don Pacho Ochoa, a Alex Shock y su esposa Silvia, de nacionalidad suiza y a un español que ahora no recuerdo su nombre; quienes se regresaron maravillados de la hospitalidad de las gentes y la imponencia de las montañas ituanguinas. Alex, por ejemplo, llevó para su país, unas filminas con la intención de hacer conocer las riquezas de esta región en Europa.

Dentro de los animales que más se cazaban y todavía, estaban la tatabra, la guagua, el venado, el puma, el oso frontino, el conejo negro, el gurre o armadillo y aves como la torcaza, la guacharaca, los gurríes, las pavas que se encontraban en diferentes lugares como la hacienda San Juan de Rodas, Los Galgos, El Chorrón, La Trilladora, La Hundida, La Granja, la región de San Matías y los alrededores de Pascuitá, entre otros; variando de cañadas y montes y, en pequeñas cantidades, para no ir a perjudicar la fauna.

Para salir a cazar se empleaban las escopetas de cápsula y para la pesca, las cañas y los carretes; siempre de una manera muy familiar y deportiva, viajando hasta los ríos, Ituango, de donde sacábamos la sabaleta y, en el Cauca de donde extraíamos barbudo, dorada y bagre sapo en mínimas cantidades. Esos programas que armábamos para salir a cazar, eran de completa camaradería, felicidad y dicha. Fueron numerosas las madrugadas que nos tocó, cuando nos levantábamos en medio de un gran verano y unos hermosos paisajes a ensillar las mulas, llenábamos las alforjas de unos deliciosos fiambres, acompañados de arepa, quesito y gustosas golosinas. Luego sacábamos y preparábamos bien los perros para que no nos fueran a demorar mucho en el camino. Una vez, llegábamos al sitio, venía “el ordenamiento para la caza”: Los “echadores o perreros”, se encargaban de buscar los rastros de las guaguas y los venados y enrutar a los perros; mientras nosotros que, éramos los alumnos de los señores mayores, nos ubicábamos en los lugares de espera por donde caía el animal y al que le tocara y tuviera más suerte, le correspondía darle al animal el tiro de gracia. Luego de terminada esta faena, nos reuníamos llenos de alegría, con abundantes risas, a ponderando o exagerando un poco la aventura, pues, al fin y al cabo, los cazadores tenemos dizque fama de mentirosos.

Ahora paso a ser memoria y recordar los nombres de grandes perros cazadores y que también fueron maestros entre nosotros como “Caifaz”, “Clarín”, “Compañero”, “Guardián” y “Nerón”, preparados para la caza del venado; y para la guagua, estaban “Llanero”, nuevamente “Nerón” y “Caifaz”, para la caza del conejo negro en San Pedro de los Milagros y otros sitios, fueron la perra “Jackeline”, “Sombra” “guerrilla” y Soraya”, que dejaron fama internacional, la perra “Niza”, la mejor que he tenido, nombre dado en honor a esta ciudad francesa; “Ronald”,” Betowen”,”Chucho”, “Rambo”, “El zorro”, “Richard”; “Rocky”, etc.

Como cacerías de gran recuerdo, están la de “El Zancudo” donde había mucho venado, donde Don Pablo Emilio Dávila, una vez, en que estábamos esperando el desayuno, de pronto le dio a uno de ellos por pasarse por el gallinero y, entonces uno de los perros que estaba suelto, emprendió la cacería por iniciativa propia, fue a caer a la quebrada El Mandarino por los lados de Guadual, en la finca de Doña Alicia Pérez de Restrepo y uno de sus trabajadores que, era entre medio bobo y medio atortolado, tuvo la fortuna de matarlo y no lo robó. Cuando bajamos al lugar a averiguar lo que había ocurrido con el animal, lo negó a pata junta, con tan mala suerte que, en ese momento, una de sus chandosas, se nos presentó muy seria con una pata de venado en el hocico y no se imaginan ustedes la rabia y la verraquera que sentimos por aquel ladrón y embustero.

La otra gran anécdota, fue una vez cuando la barra de compañeros, desobedeciendo las órdenes de los maestros, nos fuimos, dando margen a que la presa se nos escapara, disparándole y fallando, lo que después provocó momentos de rabia, pero también la dicha más grande de la vida.

Según mi experiencia y conocimiento que me dejaron grandes amigos en la cacería para conservar la fauna y, sobre todo, las aves canoras, es decir, aquellas de canto grato y melodioso, así como también animales que la gran naturaleza posee, con sus plumajes y coloridos; es necesario hacerlo de manera medida, es decir, en pequeñas cantidades. Yo recuerdo que en Ituango se está cazando en varias regiones desde que yo era niño y no veo que se hayan acabado las especies. Los cazadores deportivos no estamos acabando con la caza y la pesca, ni mucho menos tenemos un carácter o mentalidad negociable, siempre hemos tenido en cuenta las cantidades y edades en la caza de los animales y peces.

Con el recorrido y experiencia que he tenido de mi paso por Ituango, el Bajo Cauca, la región de Porce, Medellín y sus alrededores, el Oriente, el Occidente y San Pedro de los Milagros en el norte; doy fe que la fauna no se está acabando; se está retirando de las grandes urbes o pueblitos por el envenenamiento de la tierra con los químicos y la enorme tala de bosques que está provocando el hombre.

Finalmente, quiero saludar a toda la gente de Ituango que, es muy amable y trabajadora, les deseo que haya amor y comprensión para que algún día la paz vuelva a este territorio”.

HISTORIA DE LOS GRANDES CAZADORES EN ITUANGO.


Por: Luis Albeiro Montoya Londoño.

Corresponsal de Heraldo del Norte en Ituango.


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