Pese a sus nueve décadas, Vásquez sigue pintando gracias a la 'ayuda del diablo'.
A los 90 años, el maestro Ramón Vásquez es un niño que vive sonriente en compañía del 'diablo' y le gusta hace reír a las calaveras. Lo supe una mañana de junio, en su taller, donde trabaja mientras disfruta de una espléndida vista de Medellín.
Yo no conocía al maestro; lo había visto sí en sus líneas delgadas y firmes entre cálidos colores que adornan galerías y recintos. Incluso imaginé que como todos los mitos, había muerto, pero este muerto goza de buena salud, como dicen.
Bastó un par de horas para comprobar el espíritu desprevenido, diáfano y alegre del añoso artista. Cuando lo saludé me apretó duro, con sus manos aceradas, y sonrió con satisfacción. Toda una enérgica bienvenida.
En un viejo sofá de cuero sintético conversamos. "Soy el pintor que más ha pintado en Colombia", dice sin un asomo de modestia este artista nacido en Ituango.
El maestro atiende contento a todo el que llega hasta su taller. Pero no puede quedarse quieto: muestra allí, recuerda allá. Camina al borde de una piscina, donde a sus 90 años se mete a refrescarse .
Su hija corre a echarle bronceador en sus brazos.
"Quedé como un muerto", dice viendo sus brazos blancos. Y mientras camina, agrega en un susurro: "¡Claro que es mejor irse acostumbrando!".
Muerto. Debió decirlo en charla. Está tan radiante como estas fechas de julio. Dicen que le caminan 90 en su cuerpo pero aparenta, si acaso, 70. Sus pasos son firmes. Su mirada atenta. Su piel despercudida y nada cuarteada.
"Enseño anatomía", me contó mientras caminaba a una esquina del salón y me mostró unas calaveras que mantiene sobre una mesa con espejos.
"¿De qué lado duermes?", me preguntó. "¿Del derecho, cierto? Como esta calavera: vea tiene hundido el parietal izquierdo. Yo les enseñaba anatomía a mis alumnos y hacía reír a las calaveras". Recita mientras la va girando: "Calavera cual feliz. Besa la luna de plata, Di por qué te encuentras chata. Si era larga tu nariz..."
La descargó en una caja y activó un dispositivo: sonaron unas carcajadas como de ultratumba. El maestro sonrió. Creyó asustarme. Pone a hablar las calaveras y las silencia con sus dedos en los labios.
Saludable memoria
Un médico muy Chapatín, de cuero el maletín, vino a atenderlo. Mientras charlaban como viejos compadres, le tomó la presión.
"Mi problema de salud es que tengo un apetito voraz", dijo y como siempre encimó una sonrisa-. Tomo café.
El maestro Ramón, además de su buen humor, presume de su buena memoria. Recuerda haber visto pobres a Belisario Betancur y a Álvaro Villegas Moreno, quien generosamente le presta el sitio donde nos encontramos.
Vásquez ha compartido con muchos artistas y gente. Ha sido muy amigo de cientos de dirigentes, pero él dice que no le gusta la política. "Los artistas que se meten a política significa que son comerciantes. Tienen que ser ladrones, y los comerciantes lo son de primera", explica.
Ahora es una tarde de finales de junio. El maestro se levanta del sofá y comienza a esbozar una pintura: una nueva creación que surgirá sobre un fondo azul.
Sus líneas aparecen como por ósmosis. Como si el pincel que humedece fuera prolongación de su cuerpo y de su mente: nombra algo y de inmediato surge de la punta de su escobilla...
Empieza contando que pintará una serenata infantil: "Mire, a medida que pinto voy cambiando los colores. Aquí le pongo el tiple... los que nacimos en montaña tenemos estos recuerdos de la niñez: la mazamorra, las gallinitas. Todo lo antioqueño".
La voz del maestro es apacible, pero firme, clara... sus frases son sueltas como cada uno de sus brochazos. "Cuando empiezo ya tengo el cuadro en la cabeza... ya lo he pintado en sueños varias veces...sueño con imágenes".
Para el maestro la pintura es su vida; pero también vive pintando a cada momento, a cada día. Lo hace por encargo.
Alguien contó que sostiene su descendencia: hijos, nietos, una larga parentela: "Yo a la familia la quiero, la ayudo. Soy feliz en ella. Pero también lo soy con otros... ¿Habrá algo mejor que conversar con campesinos, del pilón, de las papas, de todo tan sencillo? Eso es familia y eso me encanta", agrega.
El maestro levanta un poco su cuerpo; remoja su pincel y vuelve a su pintura que poco a poco va tomando forma. Va cobrando vida.
"Me gusta el pintor español Sorolla -dice-. Fue impresionista. El mejor para mí. Después el Greco. Y Rafael Urbino, quien le enseñó a Miguel Ángel", dice.
¡Ayudado por el diablo!
El maestro no lo dice ahora pero lo ha reconocido en otros espacios. Su pintura tiene el apoyo del diablo. Se trata de Pedro Flórez, 'Tolúa', un hombre de 50 y tantos que hace 34 trabaja con él. Pero además siendo su confidente y amigo.
"Lo conocí en la Escuela Municipal de Teatro; fue mi maestro de esgrima-escena. El maestro enseña con su práctica la pintura, pero además buceo, natación, anatomía", comenta Tolúa, quien nunca pensó permanecer tanto con el maestro.
"Es muy significativo espiritualmente estar al lado de uno de los grandes del arte, quien ha llegado a países muy lejanos", dice 'Tolúa'.
Hablar con Ramón Vásquez reconforta. Eso sí hay que estar vacunado contra sus apuntes pues nunca se sabe cuando habla en broma. -Maestro en serio, ¿La pintura es su vida? "¡No, es bajada!", se burla.
Vásquez sigue pintado y conversando alegre. Su pulso lo quisieran tantos quinceañeros o cirujanos neófitos: "Esta Serenata es para un señor que me va a pagar, me dijo que quería algo muy campesino y le hablé de esto que le evoque su infancia...y su vejez, será". El maestro pinta y pinta pero aún es un hombre pobre.
"Él es muy desprendido de su obra. A todo el que le cae bien le regala algo. De hecho sostiene a sus hijos y a sus nietos a punta de cuadros", volvió el eco", dice su amigo y ayudante, 'el diablo'.
"Trabajo por encargo pero pongo las condiciones: me dan la idea pero pinto como me da la gana, la gente verá si me recibe o no", afirma Vásquez, quien a veces levanta la voz, se pone hierático, solemne, pero de inmediato esboza una nueva sonrisa.
"Me mantengo feliz, estoy alegre porque no me voy a morir. Yo de llegarme a morir quisiera reencarnar en un niño pero volverme a morir rápido para reencarnar nuevamente: ser un niño perpetuo.
Quiero vivir 250 años o dos mil, aún no me siento realizado. Nunca he pensado en mi muerte, pero me entristece tener que morirme tan ligero", dice.
No tiene afán. Eso ha dicho. Eso ha mostrado. A sus 90 el maestro Vásquez parece no tener afanes. Sí certezas.
"Dejar de pintar es como dejar de comer: Tenga la seguridad de que moriré con el pincel en la mano", concluye.
http://m.eltiempo.com/colombia/medellin/ramon-vasquez-el-pintor-antioqueno-que-aun-hace-reir-a-las-calaveras/12054725/1
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