Con libros y discos por todas partes, del suelo al techo, de un rincón a otro, desde la entrada hasta el fondo del local, en las sillas, en las mesas, en cajas, en los escritorios y, obviamente, en las estanterías... así ha vivido Gilberto Giraldo desde hace 39 años cuando compró Antaño. Ésta tienda la fundó su tío, Roberto Barrientos, en 1967, mientras él, recién venido de Ituango, donde había nacido 29 años antes, se ocupaba de un oficio más cercano a su esencia campesina: la venta de frutas y verduras en el mercado de El Pedrero. "Pero como él era de negocios y uno también, se la compré", recuerda, mientras sacude libros con la única mano que posee. Las frutas se pudren, le dijo su tío. En cambio papel da papel. Así lo convenció para que se hiciera con el negocio. Antes de comprarle se quedó unos días ayudándole y dándose cuenta por sí mismo del movimiento del expendio. "En ese tiempo no había que sacudir siquiera" y no porque no entrara polvo por las ventanas, por el hueco de la puerta o por las rendijas, como hoy, sino porque la mercancía no paraba allí más que unas horas. "Yo le dejé el nombre, Antaño, porque siempre me han gustado la música y las cosas de antes. Que el Dueto de Antaño, Valente y Cáceres, El Conjunto América, Los Trovadores de Cuyo, Olimpo Cárdenas..." La venta estaba en Palacé con Bolívar. Pero más le daban los discos y los libros que él sacaba en cajones de madera y situaba en la acera, porque, usté sabe, la calle es la calle. Vargas Vila, el mejor escritor colombiano para su gusto, era uno de los que más vendía sus títulos: Flor de fango, Ibis, Ante los bárbaros. Fernando González también estaba en apogeo y Tomás Carrasquilla, quien nunca ha dejado de estarlo. Ñito Restrepo. Los Clásicos Jackson. El Tesoro de la Juventud. La gente le preguntaba por las obras de Víctor Hugo, Dostoievski, Tolstoi. Sí, era que la gente se preocupaba por leer y no le importaba comprar un segundo volumen del mismo título si le parecía que era una edición mejor a la que tenía en la casa. No había tanto best seller, cuenta. No había tampoco muchas editoriales. Para los estudiantes estaban Bedout, Voluntad, Norma, Susaeta y no sacaban entre todas más de veinte libros para primaria y bachillerato. "Ahora esto está malo. No se vende nada. Nadie pregunta por libros. Sólo en temporada escolar, que vendo por esa reja. Después, durante el año, a esperar que vuelva la temporada escolar para poder vender. ¿Discos? Menos. ¡Y eran los que se vendían!" Se queja infatigablemente con su genio de ají este librero en su bodega de segundo piso de Junín entre Maturín y Pichincha. Se queja, a pesar de que su lectura preferida, aparte de José María Vargas Vila, es la de los libros de Samael Aun Weor ("Didáctica del autoconocimiento, El matrimonio perfecto, El misterio del áureo florecer... uf, son muchos los libros de este autor"), y su influencia en temas del autocontrol ya deberían haber hecho mella en él. Pero eso es difícil, reconoce Gilberto. Tampoco debería tomar trago y sin embargo lo hace. Lo más que uno consigue, explica, "es beber con técnica", no en las cantidades de antes. |
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