luz amanda jaramillo
Una trvesía de 10 años, para poder enterrar a su hijo
‘El cadáver ‘insepulto’Todos en Ituango saben que Ernesto Gómez, el párroco del pueblo, apura sus últimos días en el pequeño municipio antioqueño. Y esa idea intranquiliza más que a nadie a Luz Amanda Jaramillo, quien sólo espera que una de las últimas liturgias del sacerdote sea la misa fúnebre que tanto ha querido darle, a manera de despedida, a su hijo John Jairo, asesinado hace nueve años. Ernesto será designado para continuar sus oficios en otra parroquia, su traslado es inminente. Dejará el pueblo donde conoció en carne propia las dramáticas huellas del conflicto armado. Ese lugar donde no solo se convirtió en el guía espiritual de la población, sino en el único humano capaz de recoger los cientos de muertos que en las diferentes veredas dejó la violencia paramilitar y guerrillera. Por eso, Luz Amanda adelanta una carrera ‘contra reloj’. Quiere tener en sus brazos los restos de su hijo. Sin embargo, las autoridades judiciales aún no han establecido a plenitud su identidad, pese a que desde el pasado mes de julio, cuando su padre y su hermano desenterraron la ‘tumba’ donde reposaba el cuerpo de John Jairo, y se practicó el levantamiento del cadáver, la incertidumbre no ha cesado, y los restos de su hijo aún no salen de Medicina Legal en Medellín. En Ituango, Luz Amanda tiene preparado el osario para enterrar al menor de sus cinco hijos. Sólo espera que este año el padre Ernesto no se vaya del pueblo sin antes darle la última bendición. El último encargo El duelo que Luz Amanda Jaramillo no ha podido calmar, se remonta casi diez años atrás, desde que vivía en Ituango. Su hijo John Jairo fue el único que abandonó el estudio en la primaria, y desde entonces nunca quiso saber de clases ni de escuelas. Eran días en que los menores de edad no podían caminar con libertad por las calles de Ituango, donde los paramilitares impusieron su ley. Entre otras imposiciones, ordenaron que a las 8 de la noche todo el mundo en Ituango tenía que estar “guardado” en sus casas. John Jairo iba a cumplir 17 años, y Luz Amanda, como no podía saber qué hacía en el día, le pidió a su padre Ernesto que se lo llevara a la finca que tenían en la vereda Guacharaquero, a menos de 10 kilómetros de la cabecera municipal, para librarlo de la amenaza paramilitar. A diferencia del municipio, la vereda estaba invadida de guerrilla. Muy cerca de Ituango, el Eln imponía sus condiciones, al punto que muchos jóvenes, hombres y mujeres; eran seducidos y enrolados por la milicia subversiva. La tragedia del 10 de junio Ernesto, el padre de Luz Amanda, le confesó, tiempo después, que John Jairo se la pasaba con los guerrilleros. Lo tenían para hacer mandados, llevar razones y recoger mercados, una misión a la que por temor tuvo que aceptar. El 10 de junio de 2000, John Jairo había madrugado al estanco de Alfonso Henao en la vereda El Tinto. Era el punto donde otras cuatro veredas se surtían de víveres. Ese día, minutos después de haber recogido los dos costales que solía apartar, John Jairo esperaba por el carro que lo llevaría de vuelta a Guacharaquero. A plena luz del día, aparecieron hombres armados vestidos con prendas de guerra. John Jairo pensó que eran del Eln, pero desconocía que días atrás -según los relatos de los campesinos de la zona- hombres de las autodefensas del Magdalena Medio habían llegado a la vereda Buenavista en helicóptero. El no poder identificarlos le costó la muerte. Ernesto Jaramillo, su abuelo, supo de la muerte de John Jairo dos días después, y solo tuvo valor de darle la noticia a Luz Amanda, a las tres semanas. En agosto, Luz Amanda partió de Ituango a la vereda El Tinto. Fue al estadero de Alfonso Henao quien le relató lo sucedido aquella mañana del 10 de junio. “John Jairo recibió el mercado y se asomó al corredor. Estaba ‘mecatiando’ cuando llegaron los paramilitares. Él no sabía quiénes eran, vestían parecido. Ahí mismo, le picaron los costales y le preguntaron qué hacía ahí. La respuesta de John Jairo nunca se supo”. Lo único que Alfonso Henao vio, fue cuando uno de los paramilitares dio la orden de quitarle los costales, mientras que otros dos lo tomaron de los brazos y se lo llevaron monte arriba. “No pasaron cinco minutos cuando se oyeron los disparos”. Esa fue la última vez que Luz Amanda recibió noticias de su hijo en vida, y también la última que habló con Henao, pues casi un año después, los paramilitares lo señalaron como auxiliador de la guerrilla y también, en el estadero, y a plena luz del día, lo mataron. En noviembre, otra llamada sorprendió a Luz Amanda. Su padre le dijo que unos guerrilleros llegaron a la finca y le dijeron que el cuerpo de John Jairo había sido enterrado muy cerca del Tinto, en la vereda La Florida, en el filo de una montaña cerca de un árbol de uvito. “Cuando me enteré yo tenía pensado irme al lugar. –recordó Luz Amanda- Pero ni mi familia, ni los vecinos, ni la Policía autorizaron a buscarlo, con el argumento de que me podían matar”. Tras la muerte de John Jairo, Luz Amanda no le quedó otro camino que salir de Ituango, la presión de los paramilitares la hastió y por eso se fue, primero a Medellín, y luego a Bello. En su ida, perdió los únicos recuerdos de John Jairo, sus fotos. Pero desde entonces la incertidumbre por despedir a su hijo no paraba de atormentarla. La verdad desenterrada El año pasado, Luz Amanda no aguantó más. Y después de radicar, casi ocho años después la denuncia del crimen, el inspector de policía de Ituango, John Jairo Palacio, le dio permiso de ir a buscar el cuerpo de su hijo. El Policía accedió luego que la Fiscalía trasladara sus dificultades de ir tras las coordenadas. Con su padre y su hermano, Luz Amanda planeó la ‘operación’, sin pensar la dureza que supondría ir en busca de su hijo. El martes 17 de julio, a las cinco de la mañana, empezó el viaje de Guacharaquero a La Florida. Luz Amanda había preparado la maleta. En cocas plásticas guardó el desayuno, el almuerzo, y en una garrafa plástica llevaba el refresco. Bajo un clima templado, recorrieron a pie las cuatro horas del camino en herradura hasta el filo de la montaña. Su papá y su hermano empezaron a hurgar y hurgar la tierra. A las dos de la tarde el sudor no paraba de escurrir por las sienes y decidieron regresar a la finca. Un día sin respuesta. El miércoles Luz Amanda tenía los pies “pelados y ampollados” y no soportaba calzar sus zapatos. Todos la convencieron en desistir. Su padre y su hermano emprendieron de nuevo el camino. Al final de la tarde tampoco había respuestas. El jueves, mientras Luz Amanda se reponía y regresaba a Medellín, nadie fue al lugar. El viernes, día festivo, 20 de julio, volvieron al sitio que tenían escarbado casi en su totalidad. Demarcaron los puntos antes explorados y decidieron cavar cerca de un arrayán. El árbol tenía pelado parte de su tronco de madera, y con letras de marcador negro estaba escrito John Jairo Giraldo Jaramillo. Abajo, dos palitos amarrados en forma de cruz daban esperanzas. Esta vez no regresaron con las manos vacías. “Estaba atravesado, sólo los huesos, sin ropa, y la cabeza toda peladita”, dice Luz Amanda que le comentó su padre. Sólo hasta la noche del sábado, Ernesto le dijo a Luz Amanda que habían encontrado los restos de John Jairo. Su hija no tuvo tiempo de avisarle a la dueña del restaurante en el que trabajaba y el domingo madrugó a regresar a Ituango. Ese día, tuvo en sus manos la bolsa negra en la que estaban los huesos de su hijo, bolsa que no fue capaz de abrir. El lunes, 23 de julio, se fueron al hospital de Ituango donde se llevó a cabo la diligencia de levantamiento del cadáver. John Jairo Palacio, el inspector de Policía, y Ernesto Gómez, el párroco del pueblo, estuvieron presentes para acompañarla. A las nueve de la mañana agentes del CTI se llevaron la bolsa negra, la cual nunca ha vuelto a ver Luz Amanda. Ellos se encerraron en la morgue del hospital, y por el huequito que la puerta no podía ocultar, Luz Amanda alcanzó a ver, por un instante, como reordenaban en una camilla el esqueleto de su hijo. Desde las diez de la mañana, hasta las nueve de la noche nada que terminaban. Por eso, el médico Víctor Hugo Londoño le recomendó regresar. El martes, ya en Medellín, Luz Amanda llegó a su trabajo, pero no encontró empleo. El vía crucis A mediados de agosto, cuando solo tenía un acta del levantamiento del cadáver, el inspector de Policía le dijo que los huesos habían sido llevados a Medicina Legal en Medellín. Hasta allí averiguó por ellos. Una funcionaria le dijo que el 10 de agosto lo habían trasladado, pero que ahora estaban por empezar el proceso de identificación a través de las muestras de ADN. “Solo me dijeron que tuviera paciencia, que se tardaría porque había mucho trabajo acumulado”. En noviembre pasado, Luz Amanda no aguantó la incertidumbre y sin esperar que la llamaran fue a preguntar. Le dijeron que aún no había nada, pero aprovechó para pedire la fotocopia de la cédula y el registro civil de John Jairo. Dos meses enteros sin recibir la prometida llamada. Hasta que el pasado lunes 21 de enero, volvió a Medicina legal. Esta vez un hombre le dijo que ya habían tomado las muestras de ADN de los huesos pero que el expediente había sido trasladado a Bogotá. El funcionario le dijo que apenas llegara el dictamen la llamarían para tomarle las muestras genéticas y establecer si en definitiva se trata de su hijo. Duelo lejano Pero Luz Amanda no cree en pruebas científicas. Algún ‘sexto sentido’ le dice que se trata de su hijo. Sin embargo, la respuesta que tanto espera parece enredarse. Durante dos semanas, Colprensa investigó en la Fiscalía el estado del proceso. Sorpresivamente, la respuesta dada es que en la Unidad de Justicia y Paz y en el CTI, no existe ningún expediente con el nombre de John Jairo Giraldo Jaramillo. La razón, según fuentes de la Fiscalía, al cadáver de John Jairo no se le practicó diligencia de exhumación, sino de levantamiento, aspecto que le quita competencia directa a la Fiscalía en Bogotá, donde se concentran los procesos judiciales de Justicia y Paz. Pero lo que Colprensa pudo establecer es que las muestras de ADN están en proceso de traslado y probablemente en febrero puedan ser radicadas finalmente en la capital. Mientras tanto, Luz Amanda se unió a la Red de Víctimas del Magdalena Medio, asociación que representa a casi un centenar de víctimas del paramilitarismo para garantizar sus derechos de verdad, justicia y reparación. Gracias a la asociación, Luz Amanda supo de sus derechos como víctima. Pero el drama ha sido tan largo, y la incertidumbre tan agotadora, que lo único que quiere, ya que conoce la verdad, es tener en sus manos el certificado que manifieste que los restos encontrados en la vereda La Florida, son los de John Jairo. Sólo así podrá cumplir su propósito de que Ernesto Gómez, el párroco del pueblo, le dé la bendición para que los restos de su hijo reposen en el osario que desde hace casi una década lo espera como su última morada
tomado del periodico la tarde.colprensa

‘El cadáver ‘insepulto’Todos en Ituango saben que Ernesto Gómez, el párroco del pueblo, apura sus últimos días en el pequeño municipio antioqueño. Y esa idea intranquiliza más que a nadie a Luz Amanda Jaramillo, quien sólo espera que una de las últimas liturgias del sacerdote sea la misa fúnebre que tanto ha querido darle, a manera de despedida, a su hijo John Jairo, asesinado hace nueve años. Ernesto será designado para continuar sus oficios en otra parroquia, su traslado es inminente. Dejará el pueblo donde conoció en carne propia las dramáticas huellas del conflicto armado. Ese lugar donde no solo se convirtió en el guía espiritual de la población, sino en el único humano capaz de recoger los cientos de muertos que en las diferentes veredas dejó la violencia paramilitar y guerrillera. Por eso, Luz Amanda adelanta una carrera ‘contra reloj’. Quiere tener en sus brazos los restos de su hijo. Sin embargo, las autoridades judiciales aún no han establecido a plenitud su identidad, pese a que desde el pasado mes de julio, cuando su padre y su hermano desenterraron la ‘tumba’ donde reposaba el cuerpo de John Jairo, y se practicó el levantamiento del cadáver, la incertidumbre no ha cesado, y los restos de su hijo aún no salen de Medicina Legal en Medellín. En Ituango, Luz Amanda tiene preparado el osario para enterrar al menor de sus cinco hijos. Sólo espera que este año el padre Ernesto no se vaya del pueblo sin antes darle la última bendición. El último encargo El duelo que Luz Amanda Jaramillo no ha podido calmar, se remonta casi diez años atrás, desde que vivía en Ituango. Su hijo John Jairo fue el único que abandonó el estudio en la primaria, y desde entonces nunca quiso saber de clases ni de escuelas. Eran días en que los menores de edad no podían caminar con libertad por las calles de Ituango, donde los paramilitares impusieron su ley. Entre otras imposiciones, ordenaron que a las 8 de la noche todo el mundo en Ituango tenía que estar “guardado” en sus casas. John Jairo iba a cumplir 17 años, y Luz Amanda, como no podía saber qué hacía en el día, le pidió a su padre Ernesto que se lo llevara a la finca que tenían en la vereda Guacharaquero, a menos de 10 kilómetros de la cabecera municipal, para librarlo de la amenaza paramilitar. A diferencia del municipio, la vereda estaba invadida de guerrilla. Muy cerca de Ituango, el Eln imponía sus condiciones, al punto que muchos jóvenes, hombres y mujeres; eran seducidos y enrolados por la milicia subversiva. La tragedia del 10 de junio Ernesto, el padre de Luz Amanda, le confesó, tiempo después, que John Jairo se la pasaba con los guerrilleros. Lo tenían para hacer mandados, llevar razones y recoger mercados, una misión a la que por temor tuvo que aceptar. El 10 de junio de 2000, John Jairo había madrugado al estanco de Alfonso Henao en la vereda El Tinto. Era el punto donde otras cuatro veredas se surtían de víveres. Ese día, minutos después de haber recogido los dos costales que solía apartar, John Jairo esperaba por el carro que lo llevaría de vuelta a Guacharaquero. A plena luz del día, aparecieron hombres armados vestidos con prendas de guerra. John Jairo pensó que eran del Eln, pero desconocía que días atrás -según los relatos de los campesinos de la zona- hombres de las autodefensas del Magdalena Medio habían llegado a la vereda Buenavista en helicóptero. El no poder identificarlos le costó la muerte. Ernesto Jaramillo, su abuelo, supo de la muerte de John Jairo dos días después, y solo tuvo valor de darle la noticia a Luz Amanda, a las tres semanas. En agosto, Luz Amanda partió de Ituango a la vereda El Tinto. Fue al estadero de Alfonso Henao quien le relató lo sucedido aquella mañana del 10 de junio. “John Jairo recibió el mercado y se asomó al corredor. Estaba ‘mecatiando’ cuando llegaron los paramilitares. Él no sabía quiénes eran, vestían parecido. Ahí mismo, le picaron los costales y le preguntaron qué hacía ahí. La respuesta de John Jairo nunca se supo”. Lo único que Alfonso Henao vio, fue cuando uno de los paramilitares dio la orden de quitarle los costales, mientras que otros dos lo tomaron de los brazos y se lo llevaron monte arriba. “No pasaron cinco minutos cuando se oyeron los disparos”. Esa fue la última vez que Luz Amanda recibió noticias de su hijo en vida, y también la última que habló con Henao, pues casi un año después, los paramilitares lo señalaron como auxiliador de la guerrilla y también, en el estadero, y a plena luz del día, lo mataron. En noviembre, otra llamada sorprendió a Luz Amanda. Su padre le dijo que unos guerrilleros llegaron a la finca y le dijeron que el cuerpo de John Jairo había sido enterrado muy cerca del Tinto, en la vereda La Florida, en el filo de una montaña cerca de un árbol de uvito. “Cuando me enteré yo tenía pensado irme al lugar. –recordó Luz Amanda- Pero ni mi familia, ni los vecinos, ni la Policía autorizaron a buscarlo, con el argumento de que me podían matar”. Tras la muerte de John Jairo, Luz Amanda no le quedó otro camino que salir de Ituango, la presión de los paramilitares la hastió y por eso se fue, primero a Medellín, y luego a Bello. En su ida, perdió los únicos recuerdos de John Jairo, sus fotos. Pero desde entonces la incertidumbre por despedir a su hijo no paraba de atormentarla. La verdad desenterrada El año pasado, Luz Amanda no aguantó más. Y después de radicar, casi ocho años después la denuncia del crimen, el inspector de policía de Ituango, John Jairo Palacio, le dio permiso de ir a buscar el cuerpo de su hijo. El Policía accedió luego que la Fiscalía trasladara sus dificultades de ir tras las coordenadas. Con su padre y su hermano, Luz Amanda planeó la ‘operación’, sin pensar la dureza que supondría ir en busca de su hijo. El martes 17 de julio, a las cinco de la mañana, empezó el viaje de Guacharaquero a La Florida. Luz Amanda había preparado la maleta. En cocas plásticas guardó el desayuno, el almuerzo, y en una garrafa plástica llevaba el refresco. Bajo un clima templado, recorrieron a pie las cuatro horas del camino en herradura hasta el filo de la montaña. Su papá y su hermano empezaron a hurgar y hurgar la tierra. A las dos de la tarde el sudor no paraba de escurrir por las sienes y decidieron regresar a la finca. Un día sin respuesta. El miércoles Luz Amanda tenía los pies “pelados y ampollados” y no soportaba calzar sus zapatos. Todos la convencieron en desistir. Su padre y su hermano emprendieron de nuevo el camino. Al final de la tarde tampoco había respuestas. El jueves, mientras Luz Amanda se reponía y regresaba a Medellín, nadie fue al lugar. El viernes, día festivo, 20 de julio, volvieron al sitio que tenían escarbado casi en su totalidad. Demarcaron los puntos antes explorados y decidieron cavar cerca de un arrayán. El árbol tenía pelado parte de su tronco de madera, y con letras de marcador negro estaba escrito John Jairo Giraldo Jaramillo. Abajo, dos palitos amarrados en forma de cruz daban esperanzas. Esta vez no regresaron con las manos vacías. “Estaba atravesado, sólo los huesos, sin ropa, y la cabeza toda peladita”, dice Luz Amanda que le comentó su padre. Sólo hasta la noche del sábado, Ernesto le dijo a Luz Amanda que habían encontrado los restos de John Jairo. Su hija no tuvo tiempo de avisarle a la dueña del restaurante en el que trabajaba y el domingo madrugó a regresar a Ituango. Ese día, tuvo en sus manos la bolsa negra en la que estaban los huesos de su hijo, bolsa que no fue capaz de abrir. El lunes, 23 de julio, se fueron al hospital de Ituango donde se llevó a cabo la diligencia de levantamiento del cadáver. John Jairo Palacio, el inspector de Policía, y Ernesto Gómez, el párroco del pueblo, estuvieron presentes para acompañarla. A las nueve de la mañana agentes del CTI se llevaron la bolsa negra, la cual nunca ha vuelto a ver Luz Amanda. Ellos se encerraron en la morgue del hospital, y por el huequito que la puerta no podía ocultar, Luz Amanda alcanzó a ver, por un instante, como reordenaban en una camilla el esqueleto de su hijo. Desde las diez de la mañana, hasta las nueve de la noche nada que terminaban. Por eso, el médico Víctor Hugo Londoño le recomendó regresar. El martes, ya en Medellín, Luz Amanda llegó a su trabajo, pero no encontró empleo. El vía crucis A mediados de agosto, cuando solo tenía un acta del levantamiento del cadáver, el inspector de Policía le dijo que los huesos habían sido llevados a Medicina Legal en Medellín. Hasta allí averiguó por ellos. Una funcionaria le dijo que el 10 de agosto lo habían trasladado, pero que ahora estaban por empezar el proceso de identificación a través de las muestras de ADN. “Solo me dijeron que tuviera paciencia, que se tardaría porque había mucho trabajo acumulado”. En noviembre pasado, Luz Amanda no aguantó la incertidumbre y sin esperar que la llamaran fue a preguntar. Le dijeron que aún no había nada, pero aprovechó para pedire la fotocopia de la cédula y el registro civil de John Jairo. Dos meses enteros sin recibir la prometida llamada. Hasta que el pasado lunes 21 de enero, volvió a Medicina legal. Esta vez un hombre le dijo que ya habían tomado las muestras de ADN de los huesos pero que el expediente había sido trasladado a Bogotá. El funcionario le dijo que apenas llegara el dictamen la llamarían para tomarle las muestras genéticas y establecer si en definitiva se trata de su hijo. Duelo lejano Pero Luz Amanda no cree en pruebas científicas. Algún ‘sexto sentido’ le dice que se trata de su hijo. Sin embargo, la respuesta que tanto espera parece enredarse. Durante dos semanas, Colprensa investigó en la Fiscalía el estado del proceso. Sorpresivamente, la respuesta dada es que en la Unidad de Justicia y Paz y en el CTI, no existe ningún expediente con el nombre de John Jairo Giraldo Jaramillo. La razón, según fuentes de la Fiscalía, al cadáver de John Jairo no se le practicó diligencia de exhumación, sino de levantamiento, aspecto que le quita competencia directa a la Fiscalía en Bogotá, donde se concentran los procesos judiciales de Justicia y Paz. Pero lo que Colprensa pudo establecer es que las muestras de ADN están en proceso de traslado y probablemente en febrero puedan ser radicadas finalmente en la capital. Mientras tanto, Luz Amanda se unió a la Red de Víctimas del Magdalena Medio, asociación que representa a casi un centenar de víctimas del paramilitarismo para garantizar sus derechos de verdad, justicia y reparación. Gracias a la asociación, Luz Amanda supo de sus derechos como víctima. Pero el drama ha sido tan largo, y la incertidumbre tan agotadora, que lo único que quiere, ya que conoce la verdad, es tener en sus manos el certificado que manifieste que los restos encontrados en la vereda La Florida, son los de John Jairo. Sólo así podrá cumplir su propósito de que Ernesto Gómez, el párroco del pueblo, le dé la bendición para que los restos de su hijo reposen en el osario que desde hace casi una década lo espera como su última morada
tomado del periodico la tarde.colprensa
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