EN
ITUANGO, LOS COTEROS, BRACEROS O BULTEADORES; LOS LUSTRABOTAS O
EMBOLADORES; PROFESIONES EN VÍA DE
EXTINCIÓN.
Por: Luis Albeiro Montoya
Londoño.
Corresponsal de Heraldo del
Norte en Ituango.
El avance de la dinámica comercial, social y
económica del área urbana de este municipio del lejando norte de Antioquia, fue
creando necesidades que pudieran mejorar las condiciones de vida e hicieran más
fáciles y llevaderas las labores cotidianas.
Indudablemente, que la
llegada del primer carro a Ituango y los demás que en lo sucesivo se fueron
presentando; obligaron al
establecimiento de un servicio por parte de las personas particulares para
auxiliar a los viajeros que entraban y salían del casco urbano para llevar o
recibir sus maletas, equipajes, cajas, bultos u otros enseres.
Es allì donde comenzaron a aparecer jóvenes,
personas adultas y hasta niños, por lo general, de escasos recursos
económnicos para ofrecer sus servicios,
empleando su fuerza física para transportar a cortas, memdia y largas
distancias, diversos equipajes. Dentro
de los personajes que se recuerdan en este oficio están Pablo Graciano, de
quien se decía tenía una fuerza descomunal, Héctor Sánchez o “Héctor Mugre”,
Julio César Ùsuga George, más conocido como “Mi cabo”,natural de la región de
San Jorge, había pagado servicio militar y después que regresó a Ituango, la
gente lo bautizó “Mi cabo”, Era de una
contextura fuerte, lo cual le ayudaba a su oficio, siempre usó gorra o cachucha,
el carriel y la cargadera para alzar la carga, trabajaba fuerte durante el día,
pero al atardecer y al llegar la noche, no le podía faltar su media de
aguardiente. Falleció a mediados de los
años 90; Luis Carlos Posso Uribe,
cariñosamente llamado “El Japonés”, Reinaldo Berrío Posada, Pedrito Marín,
Rubén Sosa, Jorge Zamarra, un señor de
apellido Fonnegra, John Jairo Rojas Yotagrí, Fernando Marín, Alfredo Henao
López o “Cosa fea”,Carlos Zapata o “Carlos al pelo”, Oscar Villa,”Lenteja”,
costeño, un señor de apellido Maya, “Muñeco precioso”, Evelio de Jesús Mora
Uribe, desde hace unos veinte años, de los cuales estuvo nueve en la plaza
mayorista de Antioquia, con respecto a
esta profesión dijo lo siguiente: “El
servicio de motorratón lo utiliza la gente porque es màs rápido y
barato, pero para cargar las neveras y estufas, es mejor a la espalda porque se
golpean menos”; Pirry y su mujer, que
estuvieron trabajando como lustrabotas y luego en el basurero, los hermanos
Fernando y Gustavo Gómez Palacio, Chico
Mesa y muchos otros que con una férrea
condición física y una inquebrantable disposición para llevar lo que fuera a
donde fuera, se ganaban y aún se ganan sus pesitos para sobrevivir con sus
familias. La transfomración de la
actividad comercial en el pueblo y la aparición de novedosos servicios de
transporte como el mototaxi, los motorratón y motocargueros; han ido acabando
lentamente con este noble oficio y, por ende, con las posiblidades de ocupación
de muchas de estas personas.
Es fundamental reconocer la labor que han desplegado durante muchas décadas y aùn lo
siguen haciendo en favor de los ituanguinos.
LOS
LUSTRABOTAS O EMBOLADORES.
Surgieron como una opción
para mantener limpios y brillantes el calzado material de los ituanguinos más
refinados, los ejecutivos, los profesionales, las gentes del común que llevaban
hasta hace poco una vida sosegada y sin apuros.
La característica principal
de estos personjes, ha sido contar historias y anécdotas con sentido jocoso a
sus usuarios, mientras cumplen su faena de dejar bien brillantes los zapatos de
muchos ituanguinos. Por lo general,
reciben un aporte económico acorde con la calidad del servicio y una vez
terminan, prosiguen en la búsqueda de
una brillada o embolada de zapatos hasta
que termina el día.
En entrevista realizada en
las instalaciones de Coonorte, el día 19 de septiembre de 2013 entre las cuatro
y las cinco de la tarde, obtuvimos la
siguiente historia:
Horacio
Antonio Mejía González.
Nació en el municipio de
Buriticá, en el occidente medio de
Antioquia, el 3 de abril de 1944. Es hijo de Jesús Mejía González y María Eva González, ya fallecidos. Son sus hermanos Darío, Raúl, Hugo, Wbiter e
Iván. Este es su relato: “Estudié
solamente hasta el grado tercero de primaria en Yarumal, donde llegué siendo
todavía un niño. En un comienzo me
dediqué a yudarle a mi papá que, primero se desempeñó en la Policía y luego
trabajó en la lectura de contadores de agua en ese mismo municipio. Comencé en esta profesión, cuando algún día mi papá me dijo: “Hombre
mijo, a vos de pronto no te daría pena lustrar zapatos” y yo le contesté: “Yo
para ayudarle a usted no me da pena”.
Recuerdo que inicié y cobraba en esa época a cincuenta centavos, tiempo
después a cincuenta pesos que eran unas especies de lleritas. Le brillaba los zapatos a las personas que
así lo requerían o cuando me veían.
Todos los días trabajaba, no descansaba ni uno solo, menos en las
noches. Allí estuvimos durante dos
años. Luego nos fuimos a vivir al barrio
Cristóbal – La América de Medellín, donde desde un comienzo me empezó a ir bien
porque los bares de Guayaquil, La
Alambra y Cisneros, permanecían abiertos día y noche y yo aprovechaba para
lustrarles los zapatos a todos los clientes que llegaban a aquellos
lugares. Durante quince años, cobré este
servicio a un peso. En esta labor uno se
encuentra con personas de todas las condiciones y, por lo general, se hablaba
de temas como las ventajas de este trabajo, la situación de la ciudad en esa entonces
y la plaza de mercado que ya existía en El Pedrero.
Al morir mis padres, me vine
para el municipio de Donmatías a vivir con mi único hijo de nombre Hernán
Mejía, y esto porque un amigo mío me
comentó que en esta población no había lustrabotas, llegué y seguí cobrando a
un peso el servicio, a todas esas me enrolé a vivir con una señora de nombre
Aurora Giraldo que conocí en Riogrande y así estuve durante seis años. Un día cualquiera, un conductor de nombre Alberto Carmona, natural de Donmatías,
que manejaba una escalera llega y me dice: “Oiste, Antonio, vámonos para
Ituango que allá no hay sino un solo embolador que se llama Marco Aurelio
Giraldo, éste era hijo único que recibió una maldición de la mamá, cazaba
pájaros, los vendía y se mantenía bebiendo
en el café que era de Don Rafael Calle, el papá de Alberto y Rafael”.
Efectivamente, a comienzos de la década de los años 1970, me vine, me hospedé
en un hotel que quedaba en lo que ahora
es la peatonal, muy humilde de una señora que no recuerdo el nombre y, que al
comienzo no quería alquilarme, porque yo era forastero. Lo primero que noté era que las calles eran
en tierra, los toldos estaban ubicados
todos en la plaza, estaba haciendo un clima muy frío y había mucha neblina.
Como les parece que cuando
llegué, no había alcalde, llegó al otro
dia y se llamaba Darío Saldarriaga. Como anécdota, recuerdo que me encontraba
yo en el kiosko de la plaza que, era manejado por un señor de nombre Bernardo cuando, de pronto, me
llamó un tipo de gafas oscuras y me dijo que le lustrara los zapatos, cuando ya
le tenía un zapato encinolado, me preguntó que yo de dónde era, pero, al mismo
tiempo, le pregunté usted quién es. Inmediatamente llamó a dos policías para
que me llevaran para la alcaldía.Una vez en la oficina, el burgomaestre se quitó las gafas oscuras y
me dijo: “A usted quién lo conoce aquí” y yo le contesté: “Me conoce Alberto
Carmona, el conductor”, que en ese momento se encontraba viajando a La Granja,
esperamos a que llegara y una vez en la oficina, el alcalde le preguntó:” Usted conoce a este señor”, y el conductor le dijo
que era un embolador y un buen ciudadano. Entonces el alcalde me dijo: “Usted
va a trabajar honradamente y cualquier cosa mal hecha que haga, irá para a la
cárcel”.
Empecé a trabajar todavía
cobrando a un peso y me empezó a ir muy bien. Marco Aurelio que era un
lustrador que me tenía envidia,
trabajaba muy poco por que era muy borracho y murió a mediados de los
años setenta, mis clientes eran muy variados, otros que eran fijos y otros más
ocasionales.
Los elementos que he
utilizado para mi trabajo en todos estos años, son la caja de embolar, los
betunes, el cepillo, los trapos o paños para brillar, el trapo para secar los
zapatos. Resulta que en medio de este trabajo, también cotiaba cuando llegaba
el camión para descargar la mercancía. Al mucho tiempo apareció un señor Adán
Zarrasola de Ituango, que vivía por el barrio Peñitas.
Al cabo de los años terminé
cobrando $ 2.000 por la ilustrada de zapatos.
Como la situación empezó a
ponerse difícil, en 1998 se me ocurrió
irme para Santa Rita por que me contaron que allá no había lustrabotas, seguí
cobrando a $ 2.000, me residencié en un pequeño hotel, donde pagaba la dormida
a $3.000 además de la comidita.
En la segunda
administración del alcalde Jaime
Montoya, éste me llamó y me dijo que me
iba a hacer una ayudita y me colaboró con un auxilio para la tercera edad, que
actualmente cobro. En Santa Rita me fue bien en un tiempo, pero después la
situación se empezó a poner muy dura, casi no ha resultado trabajo, hago otra
serie de mandados. Afortunadamente, no
pago alquiler por que me dieron una casita para que la cuidara y, asi de esa
manera, me he hido sosteniendo. Al fin, pienso venirme para acá más adelante y
refugiarme en el asilo de ancianos, si Dios quiere”, termina diciendo.
Benjamín Palacio Palacio,
recuerda así una anécdota relacionada con este personaje: “En la década de los
años 80, llegó el primer surtido de botas Brahma a nuestro municipio a la
Talabartería “Los Amigos” de propiedad del desaparecido Víctor Palacio. Un día
cualquiera, entra el amigo Horacio, las ve y dice:”! Qué belleza de botas Don
Víctor, que yo me ganara un chance, compraría unas de estas ¡¿A cómo son,
cuánto cuestan? Y Víctor le respondió:
“A $14.200 Horacio”. Hoy cuestan por lo
menos $240.000. Horacio procede a lustrarle los zapatos a
Víctor y cuándo éste la cancela el servicio, Horacio dice: “Acá tengo con que
jugar el chance porque me lo voy a ganar y así puedo comprar estas botas”. Al día siguiente, llegó Horacio a comprar las
botas, porque efectivamente se había gando el chance. Fue el primero que en Ituango, se colocó este
calzado”.
Años más tarde, apareció Mauro Antonio Jaramillo Oquendo o
“Mauro Cachos” que, inicialmente fue zapatero, trabajando con unos
señores de apellido Posada y Jesús Adán Higuita. Un día cualquera de diciembre
de 1985, hablé con un muchacho de apellido López, que me regaló una caja de
lustrar, me dijo que con la primera plata que me ganara, le pagaba la caja, la
mandó hacer donde los Bermúdez, fui por ella, ese domingo me hice en las
primeras lustradas $480 a $35 cada una, fui a pagarle la caja al muchacho y me
dijo que le dejara para mi. En esa
época, también estaba lustrando, el señor Jesús Adán Zarrasola, “Carepicha” y
Luisito. Luego empecé a cobar a $50, luego
a $150 y ahora a $2000, después éste último que a veces no le podía dar trabajo
y luego se puso a lustrar.
Luego aparece Mercedes
Cecilia Pérez Oquendo, natural de Caucasia, hija de Carmen Emilia Oquendo
Yotagrí de Ituango y el papá de Montería;
casada con Álvaro Rojas Pacheco de Montería. Acerca de sus inicios en esta noble profesión
dijo: “En 1991, en el municipio de Caucasia, mi esposo Álvaro que ya estaba
ejerciendo el oficio, me enseñó a embetunar, como una forma de ayudarnos
económicamente. Comenzamos a cobrar a
$500 y luego a $1.000. En 1995, nos vinimos a pasear a Ituango, notamos que
casi no había embetunadores y nos quedamos.
En un comienzo cobrábamos a $500 todos los días. Cuando llegamos, estaban trabajando en este
oficio Horacio Mejía, “el negro”, Mauro Cachos y un joven sarco que vivía por
El Carmelo. Son muchas las personas a
las que se les han lustrado los zapatos, entre ellos, a Darío Zapata, Gildardo
Zuluaga, Bernardo Tobón, entre otros. En
medio del trabajo, se presentan conversaciones muy simpáticas de temas comunes
como la situación de tipo económico, lo que ocurre en el municipio, las
atenciones por parte de algunos al tratarse de una dama que presta este
servicio.
Los elementos utilizados
para el desarrollo de esta tarea son: El cajón de madera, un trapo propio para
dar brillo al calzado, un cepillo, cajas de betún con los colores negro, café,
amarillo, marrón, rojo y hasta neutro y un shampo para los zapatos de
gamuza. Cuando el cuero está muy deteriorado o desteñido, uno le sugiere al
cliente que lo pinte, si acepta, yo misma le aplico una que se llama cedufa, la
misma que le echan a las monturas de las bestias; si es cuerina no le sirve la
pintura y existen tipos de calzado que no agarran brillo, por ser de gamuza.
El día que mejor me va,
realizo hasta treinta mil pesos y, a veces
es casi que nada. A todas estas
llevo veintidos años en esta labor”.
Era pues, un homenaje y un reconocimiento a estos batalladores de la
vida que, poco a poco, han ido desapareciendo de la cotidianidad y de la vida cultural de Ituango.
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