Fray Arturo Oscar Domínguez Se llama Fray Arturo Calle Restrepo, Fray Cebolla, y desde hace 60 años pertenece a la cuerda del "mínimo y dulce Francisco de Asís". Hace unas semanas sus hermanos de la Universidad San Buenaventura, seccional Medellín, salida de una costilla de su creatividad, le gastaron espirituoso vinillo de consagrar con motivo de sus primeros 50 años de sacerdocio. Claro que los homenajes se los han tenido que hacer a sus espaldas porque pocón lo tientan las vanidades del mundo. Él mismo es discreto como el carpintero José, marido de mujer importante. A este religioso nacido "in illo tempore" en Ituango, Antioquia, un 18 de enero (todavía se reciben regalos) le dictó temprano la educación como forma de alcanzar la inmortalidad, según los chinos. Como maestro -y no sólo de novicios- se acostumbró a regalar el pescado y a enseñar a pescar. A sus pupilos les ha tirado línea espiritual para que sean buenas papas y no se descarríen. Gracias al método del ritmo tuvo 15 hermanos fruto de los dos movidos matrimonios de su padre, Jesús Calle Palacio, con doña Ana de Jesús Calle y doña Herminia Restrepo. Con las monjas y curas que ha dado su familia se podría integrar un equipo de básquetbol: de la primera culecada, María Luisa, de la segunda él (Arturo), Antonio, Lucila, Cecilia, Celia y un sobrino, Flavio Calle Zapata, actual arzobispo de Ibagué. El resto de la familia está integrado por curas sin hábito. Vocales y consonantes las aprendió en su Ituango natal de donde se abrió en 1945. Luego se quemó las pestañas estudiando en Medellín, Cali y Bogotá, donde se licenció en filosofía. Es doctor en ciencias políticas y sociales en Lovaina (Bélgica, no en el ex lujurioso barrio de la capital paisa). A Fray Arturo lo llaman para que haga el bien y está ocupado. Lo atestiguan miles de personas de barrios pobres de jijuemil parroquias que se han enriquecido con sus ejecutorias. La fe sin obras no va con él. En Pereira, fue fundador y primer párroco del barrio Cuba, donde realizó una gran labor social. Le matan gallina y le dan huevo entero cuando lo visita. Claro que a Fray Arturo le parece una pendejada esperar recompensas por cumplir con el deber. En la parroquia de San Benito, su actual hábitat, es el todero de Dios. Ningún asunto le es extraño. Está al frente de trabajos sociales de investigación en llave con la Universidad y comanda grupos de oración y concurridas misas de sanación. Se ha gastado parte del celibato escribiendo libros como "¿Quién fue el Virrey Frayle?", "Feuerbach, padre espiritual de Carlos Marx", "San Francisco en la literatura colombiana", "El mensaje de Dios", "Oraciones de sanación". Es un franciscano de lavar y planchar que lo mismo se defiende en un mundanal hotel de cinco estrellas, que en una austera celda de clausura de dos por dos. Este sencillo cambuche es su verdadera tierra prometida. Además de ser un hombre bueno como el pan, amén de conversador de cinco estrellas, Fray Arturo se ha fajado como orador, escritor, investigador. Perdona setenta veces siete, y más, si le toca. Todo por el mismo sueldo, o sea, por puro amor al prójimo. Siempre en la línea del "poverello" de Asís, su gurú. Le dicen Fray Cebolla porque en sus homilías dominicales y en sus siete palabras de Semana Santa los feligreses agotan las existencias de kleenex. Frecuentar su ámbito es como tutearse con el salmo 91. |
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