viernes, 22 de octubre de 2010
HISTORIAS PAISAS......HISTORIAS ITUANGUINAS
Para don Fabio, mentir es un asunto muy serio
La seriedad de don Fabio es como para no creer que diría una sola mentira. Su forma de hablar es pausada y ronca; como la de un doctor, un político o un filósofo que trata de asuntos serios e importantes. Posee una manera de convencer que se la envidiaría cualquier político en campaña. Generalmente viste ropa informal como camisas de rayas, bluyín, zapatos renegados y siempre lleva consigo un metro en la correa y un lápiz rojo en una de sus orejas. De ojos claros y vivaces, de rostro alargado, aun se conserva delgado a sus 41 años y posee una figura atlética de 1,80 metros aunque las canas han copado su cabeza del todo.
Don Fabio es contratista de construcción y es el esposo de doña Amanda, una profesora de lengua castellana del pueblo. Es un hombre respetado y un personaje prestante dentro de la comunidad de Ituango. Pero tal condición no lo aleja de su pasatiempo favorito: las mentiras y exageraciones. Una de las historias más conocidas narradas por don Fabio es la del carro fantasma. Con elocuencia y parco como una estatua cuenta: “Una noche, home; yo venía de Medellín. Era muy tarde y manejaba mi Toyota rojo ´orejaeperro´. Pasaba por el puente de Pescadero. Miré hacia arriba y me di cuenta que por las vueltas de Chingale iba el carro fantasma. Todos hemos oído de ese carro que aparece en las noches. Pues sí señor. Le asenté la pata a mi ´orejaeperro´ a toda máquina. ¡Que lo alcanzo lo alcanzo! Más o menos en el sitio conocido como los Galgos, me le pasé y ahí lo dejé botado. Imagínese que nadie es capaz de pararse a mirar el carro fantasma. ¿Ah? ¿Y cómo es que me da esa papaya?
También cuenta don Fabio que en una ocasión iba en su Toyota por las curvas de Chingale y que de pronto apareció un ventarrón, mejor dicho, según él un espantoso vendaval: “Una cosa miedosa. Yo no aguanté y paré el carro y me bajé. Era tanto ese ventarrón, que vi como el reflejo de las luces del carro se movían de un lado para otro. Algo increíble. ¡Pero que le pasan a uno!
Pero nada como la historia que narra don Fabio acerca de cuando tenía una mascota. Se trataba de un perro de raza chihuahua. Una miniatura que bien podía caber en el bolsillo de su camisa a cuadros. Con su voz ronca y picantosa, don Fabio asegura: “Vea home, uno no tiene un perro solo por tenerlo. Esta miniatura que yo cargaba se llamaba Danger; un perro chiquito pero ¡ojo que taca al cuello!
Don Fabio y Cruz: relatos en el parque de Ituango
En una ocasión se sientan en el parque principal de Ituango Cruz y Fabio, dos de los más reconocidos aduladores del pueblo. A Cruz se le da por hablar de leche de ganado.
“Vea home, Fabio. Mi hermano tiene una finca inmensa. Hubo que hacer carreteras para poder sacar la leche porque a lomo de luma es imposible. Imagináte Fabio que pa` conocer esa finca hay que recorrerla en tren. Uno termina barbado al final del recorrido. La finca es tan grande y con tanto ganado que la forma de sacar leche es inimaginable. La leche se pierde a diestra y siniestra. Uno se baña con leche todos los días. Hasta una piscina llena de leche hay pa` los visitantes”.
Fabio no quiso quedarse atrás y la emprendió con el siguiente relato: “Hombe Cruz; ahora que hablás de leche. Imagináte que iba con mi hermano por alla´pa San Pedro y estaba un tipo baquiano con la peinilla; y déle y déle a la desmaleza del potrero. En una de esas se descuidó el hombre y preciso. Se llevó los cuatro dedos de una mano. Pero lo que es la malicia indígena, Cruz. Había una vaca al lado y le mochó las cuatro tetas. Una pa` cada dedo. Y si vieras hombe Cruz, cada teta está dando diario cuatro puchas”.
Media de guaro para Mi Cabo
“Sírvame algo de bogar mientras me prepara algo de mascar que yo espero”, era la frase más conocida de mi Cabo, un viejo zorro de Ituango cuyo oficio de cargador lo llevó hasta su muerte. De una fuerza poderosa y aún con setenta años, se alzaba sin mueca alguna bultos de 80 kilos para llevar a sus clientes de toda la vida hasta sus propias casas. Nunca usaba otro calzado y ropa que no fuera albarcas tres puntadas, pantalón sencillo, camisetas de publicidad de abarrotes y su inseparable carriel y gorra roja de Café Sello Rojo.
Este viejo barrigón de tez morena, cara redonda y de pies grandes rústicos y callosos, nunca le faltó su media de aguardiente cada día, la que con gusto y devorador agrado se mandaba al final de cada jornada. El aguardiente era, prácticamente, el objetivo de tanto esfuerzo y por tantos años. De la comida no se preocupaba, pues en el asilo en donde moraba la tenía asegurada.
En cierta ocasión, la guerrilla se tomó el pueblo de Ituango a eso de la 2:30 de la mañana. El grupo de bandoleros saqueó el supermercado y uno de ellos despertó a mi Cabo para que le llevara una nevera a cambio de dinero. La gente comentó durante mucho tiempo cómo veían a mi Cabo con una nevera encima pasando por la mitad del parque y en medio de la balacera de la toma. Mi cabo Murió en su ley: ebrio, alzando bultos hasta el último de sus días y saludando a las señoras: “¡Buenos días señora, sírvame algo de bogar mientras me prepara algo de mascar que yo espero!”
Mi Cabo nació en 1935 y murió en 1999. De nombre desconocido.
Cruz de Cabo, hábil y cuentero
“Te quebraste Cruz, te quebraste”, le decía la gente al saludar a este viejo ituangüino, hablador y chicanero. Cruz sólo atinaba a responder y a señalar con un dedo índice: “pero me quedó ésta: el entable (la lengua)”. Y no era para menos, pues con su hábil habladora Cruz era poseedor de tierras y propiedades imaginadas que luego comerciaba con cualquier incauto. Sin embargo, es recordado por ser una buena persona y un adulador experto comparable sólo con un hábil cuentero.
Aunque Cruz no era habitante habitual de Ituango, permanecía lo suficiente como para sacar de debajo de su ruana cualquiera mentira o caña a su paso por las calles o el parque principal, sitio testigo de sus más grandes hazañas. Bajaba de vez en cuando desde la vereda La Vega, de un corregimiento de Peque, a su oficina pública, una banca. Por lo general permanecía una semana adulando y durmiendo en hotel o en la Casa del Campesino y descansaba otra en su finca de la vereda.
Una de las características de Cruz, que utilizaba como anzuelo, era su apariencia montañera clásica. Una sutil estrategia para ganarse la confianza de las víctimas de sus exageraciones. Con un elegante sombrero de paño aguadeño negro, un sobrio pantalón de dril acompañado de camisas de manga corta y perrero en macana, Cruz hacía alarde de sus fantasiosas historias bien narradas luciendo los mejores trajes a su público.
Cruz es uno de los grandes exageradores del pueblo. En cierta ocasión tenía en su poder un cheque ´chimbo´ (malo). Se le ocurrió ir a donde don José Duque, un reconocido rico de Ituango; de esos tacaños, como el mismo Cruz lo catalogaba: “No cagaba en falda pa` no ver rodar el bollo”. Cruz el dijo al rico José: “Cambiáme este chequecito, José. Es que debo viajar a la finca y no tengo tiempo de ir a cobrarlo mañana”.
Don José como buen rico amarrado y usurero le dijo: “Hombe Cruz, yo te lo cambio pero caso el veinte por ciento”. Cruz le respondió: “Qué más vamos a hacer. La necesidad tiene cara de perro”. Y fue así como Cruz vio en efectivo y en sus manos el valor de su cheque.
Al siguiente día don José fue a cambiar el cheque al banco. Por poco se va de espaldas al darse cuenta de la tumbada de la que fue víctima. A los veinte días se encontraron Cruz y don José y de inmediato éste último en una mar de enojo le cuestionó: “Cruz este cheque lo llevo mañana mismo al juzgado; porque esto no se queda así”. Cruz con la calma y el cinismo profesional que lo caracterizaba le dijo: “Hombre don José vos que sos bobo. No ves que no te lo pagaron en el banco donde hay plata, ¿te lo van a pagar en el juzgado que no hay?” Cruz Caro nació en Ituango 1948 y murió en Medellín en 2002
El hijueputa pueblo de Cutingus
“Cutingus, cutingus, cutingus…”, entona el loco del pueblo. En ocasiones le da por cantar a todo pulmón: “Hijueputa pueblo, pueblo hijueputa”. Como un fantasma en pleno día, Cutingus recorre las calles de Ituango tarareando sus melodías hechas burlas e insultos. Su locura lo trajo un día en la escalera que pasa a diario y recorre los municipios de la región. A veces, y como emulando esa primera vez, se cuelga del primer bus o escalera que se le antoja. Va y viene en medio de sus lunáticas temporadas. Es fácil identificara a Cutingus; a menos que otro personaje con aires de Quijote, flaco, blanco y cabellos encrespados con ojos claros, aparezca de repente suplantándolo.
Cutingus por plata canta lo que sea; hasta su propia inspiración le ha dejado provechos económicos, con los cuales sobrevive en medio de la pobreza y al borde del abandono. De Cutingus se dice que ya bordea los cuarenta años; otros que no, que aún marca con el tres; o sea treinta y tantos. Lo cierto es que desde aquél día en que una escalera vieja lo dejó en el parque de Ituango, Cutingus deleita a corrillos de tomadores de pelo, siempre y cuando se manden la mano al bolsillo si quieren oír de su boca La piña madura, una tonada que divierte y entretiene por largos ratos a los más desocupados del pueblo. Es decir, a la mayoría.
El embrujo de Gallo Arisco
Todos saben cuándo Gallo Arisco ha pasado por cierto lugar del pueblo. Una riega de papeles en el suelo delata a este personaje reconocido, otrora galán de Ituango, y hoy reducido al remoquete de Gallo Arisco: el picador de papel. Siempre luce como un trabajador del Municipio, gracias a sus jeans azules, botas Grulla negras y camisa azul amarrada con nudos en las puntas y a la altura de la cintura. Una mirada intensa con sus ojos azules, delata el encanto al cual sucumbían las mujeres en su época jovial. Blanco y de cabellos largos aún despierta una que otra mirada furtiva entre las damas cuarentonas que lo ven pasar y se lamentan de no haberlo salvado de la enyerbada que dicen fue objeto.
Se dice que en esa vieja artimaña tradicional de atrapar hombres y mujeres atractivos por medio de la brujería o la toma de pócimas, cayó Gallo arisco. De ahí sus problemas de la cabeza. De seguro alguna joven desahuciada de amores no conseguidos y encuentros escondidos con Gallo, quiso dejárselo para sí nada más. Una argucia egoísta que ha perdurado por más de veinte años, en una historia conocida por generaciones y comprobada en cada montón de papeles picados dejado en las esquinas del pueblo. Su autor: el loco aquél de los ojos azules intensos que hurgan los rostros femeninos en búsqueda de la cura o contra que lo sacará de su vieja embrujada.
Las aventuras de Parra, Tomate y Arimatea
Tres personajes cuarentones y de fama bien ganada son Parra, Tomata y Arimatea; tres compadres cuya mayor afición ha sido la tomadura de pelo. Amigos de toda la vida, hacen de las burlas y las mentiras una deliciosa complicidad inquebrantable y por el contrario cada día mas cargada de anécdotas e historias increíbles.
Parra se dedicaba a arreglar radios, televisores, equipos de sonido. Recibía los electrodomésticos con la seriedad del más diligente sin que la víctima intuyera que los devolviera buenos o al menos en el mismo estado. Eran famosas sus camisas vistosas y resplandecientes de chalís mangas largas adornado de pantalones clásicos de tipo botacampana; ya para ajustar un caprichoso gusto muy de su estilo, no calzaba más que chanclas o sandalias de baño. En realidad sus atuendos, con el tiempo se fueron haciendo parte del 1,70 metros, piel morena, cabello negro, cara redonda y una barba gris siempre al ras que combinada con sus lentes oscuros cual artista del jet set.
Por su parte, Tomate se dedicaba a pintar. Emulando gustos estrafalarios de artistas consagrados, siempre llevaba una de sus manos dentro del cuello de la camiseta. De tez amarilla, flaco y desgarbado para sus escasos 1,60 metros, Tomate le hizo por siempre, publicidad a Pintuco con sus gorras viejas y manchadas por la pintura fruto de sus obras artísticas en paredes, zócalos y muros. De todas…
En Ituango conocen a Arimatea por ser un buen panadero. Al igual que sus compadres, viste pantalón botacampana pero camisa costeña guayabera, alpargatas egipcias y mide 1.85 de estatura; es acuerpado, de cabello churrusco canoso, cara alargada y usa caja de dientes.
Estos tres alcohólicos reconocidos y alabados en el pueblo, sólo trabajan para beber licor todo el tiempo, todos los días… a cada momento. En cierta ocasión, Arimatea va a donde Parra y le propone comprar licor: “Entonces que hacemos?” Parra contesta: “Pues yo tengo mil ajustes para media”. Arimatea dice: “Bueno, yo tengo otros mil. Ahí está”. Y Parra contesta: “Andá Arimatea, pero ojo con Tomate se le pega que últimamente esta muy gorrero!” Arimatea dice: “Listo”.
Cuando Arimatea venía con la media de aguardiente entre una bolsa de papel, Tomate lo vio venir, pues éste estaba en el negocio Tebusco, de Jaime Rojas. Tomate le cayó justo a Arimatea y le dijo: “¿Con que esas tenemos, tomando a escondidas Arimatea? A lo que éste respondió: “¡Qué va, mediecita que compramos Parra y yo para calentar dos viejitas! Por eso no te llamamos”. Tomate le contestó: “A bueno güevón. Dame un guarito que estoy seco”. Arimatea respondió: “Hombre Tomate, vos sabés que yo con Parra siempre voy mitad y mitad. Y la mitad de él es la de encima. Así que ni modo. Si te doy un guaro me toca dátelo de la parte de él y se enoja”. Medio incrédulo por el argumento que acababa de escuchar, Tomate sólo atinó a decir: “Entonces espérame aquí yo entro allá y vuelvo”. Parra entró al Tebusco y le dijo a Jaime Rojas que le regalará un pitillo. Luego salio a donde Arimatea y le insistió: “Ahora si Arimatea solucionamos el problema: ¡Con este pitillo me tomo el aguardiente de la parte tuya, o sea la de abajo y listo el pollo!”
Otra de las aventuras populares que dejaron estos tres mosqueteros del licor en Ituango, cuenta del cambio de nacionalidad que le hicieron al Bolívar del parque del pueblo. La consigna era volver paisa al Libertador, para lo cual le cambiaron la espada por un machete, le amarraron poncho al cuello, le colgaron carriel, le colocaron al lado una ´pucha´ de guaro y un letrero que rezaba: “Hoy emborrachamos al libertador Bolívar y de cuenta de Tomate, Parra y Arimatea”. Su osadía pasó a la historia como una de las narraciones más graciosas que tenga recuerdo la gente en Ituango; mientras tanto los tres amigos ociosos también pasaron un buen rato en el calabozo por irrespeto a la autoridad.
En realidad es una vieja muy apreciada por los habitantes de Ituango, como quiera que les ha vendido frutas por más medio siglo bajo un curazao y una sombrilla que las resguarda, bien del calor bien de la lluvia. Sus productos los trae de la vereda del valle que pertenece a Toledo, un pueblo cercano y cuyas tierras fértiles nunca le han negado mangos, papaya, mamoncillo, aguacate, chócolo… El viejo curazao que la ampara está sembrado al lado del atrio de la iglesia en el parque; un privilegiado lugar sentenciado para ella por el paso del tiempo y sitio obligado para los feligreses y rezanderos de Ituango.
La eterna juventud de La Belleza
La Belleza era contemporánea de Josefa, aunque le llevara unos diez años más a ésta. Como todas las ancianas de Ituango, de vestidos largos y floridos, ella deambulaba por el pueblo pidiendo limosna bajo la incredulidad del buen estado de su salud que la gente percibía en sus claros ojos y su piel tersa, blanca y extrañamente si arrugas… impecable. Nadie le negaba nada a la querida Belleza y siempre la saludaban a su paso por cualquiera de las calles. El recorrido lo hacía cada martes. Y ya se sabía que era el día en que La Belleza reclamaba la ropa y la limosna con las cuales sobrevivía por tantos años; eso sí siempre con un saludo y una sonrisa humilde y sincera. Fue así como se ganó el cariño de los ituangüinos. La Belleza vivía por Los Baños, un lugar conocido y alejado que fue testigo de una solitaria mujer, amante de los niños y que por las piruetas del destino terminó sola, pero querida por todo un pueblo.
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El hombre Milamores
Roberto, alias Milamores, campea en su moto por la región de Ituango conquistando mujeres y tomando aguardiente en cada paraje. Con sus frases filosóficas rebuscadas logra impresionar a incautas, quienes como encantadas por un bacán cuarentón de voz altisonante y piropos dulces y melodiosos han caído mansas y en bandeja de plata en sus brazos. Es una especie de vaquero rústico con la delicadeza de un príncipe experto en conquistas; amigo de todos y el centro de atracción a donde quiera que vaya. Un hombre bonachón alto y fornido, cara redonda y sonrisa postiza con el pecho al aire en actitud viril soportada por un tatuaje de una smith and wason .38. y para estampar bien su figura, Milamores escampa su humanidad bajo sombreros alados de iraca.
Desde muy joven se casó y fue mantenido por su esposa aun en medio de borracheras y agarres. Al cabo del tiempo y de soportar su mala racha conyugal, se separó y siguió su vida normal y libre: ande para arriba, ande para abajo; enamore aquí, flirtee allá y tome aguardiente a la par de sus conquistas.
Ha sido un negociante hábil y certero. Cierta vez le iba a comprar una mula a un señor a quien le advirtió: “Hombre; esa mula hay que ensayarla”. “No hay problema. Esa mula es muy buena. Vaya y ensáyela y luego hablamos”, le autorizó el incauto dueño de la bestia. Ese día Roberto Milamores se emborrachó montando en la mula y entrando a todas las cantinas del pueblo. En medio de la rasca le dio por viajar a Peque, un municipio a catorce o quince horas en mula. Allá fue a dar. Cuenta la historia, que días después, le mandó a decir al dueño de la mula que fuera por ella a Peque “ya que no le había servido. Que esa bestia lo había dejado botado a mitad de camino pues no fue capaz de traerlo”.
Cuenta Roberto, entre exageraciones y mentiras, que cuando estuvo en la Costa vivía como un rey. Tomaba aguardiente todo el día y conquistaba mujeres por doquier y andaba en carros por cuenta de doña Elfa García, una costeña sesentona con cirugías a más no poder. “El ombligo se lo pusieron en el centro de una teta para que pareciera un pezón”, dice Milamores. “Era una vieja con mucha plata a quien sagradamente había que “córtale una oreja” (hacerle el amor) como mínimo una vez al día. Si no, quién se aguanta esa polla o gallina más bien, que tenía cara de niña pero espalda de iguana platuda”, cuenta en medio de la risa Roberto.
Dicen los rumores que Roberto por fin se casó de nuevo y por la Ley del Guamo (juntitos y arrejuntados). Cansado de su vida pachanguera y libertina, dice haber encontrado el “amor de su vida”. Se le ve con su amada de arriba abajo en su moto bajo la mirada vigilante de ella, quien le controla hasta los guaros que se toma. Eso sí, Milamores no ha dejado de ser “pato”; a donde va arma corrillo y es el centro de la “batanería”.
Mauro Cacho, el ´narco´ del pueblo
Y como en todo pueblo que se respete, no puede faltar el embolador, o lustrador de zapatos como llamarán otros. Mauro Cacho es en propiedad el lustrabotas de Ituango. Ejerce su oficio desde tiempos inmemoriales y se dice que a quién Mauro le no haya limpiado sus zapatos en este pueblo es porque no los usa. Buen conversador; propio de su quehacer, Mauro entretiene con sus historias fantásticas y chismes recogidos entre sus clientes habituales. Recorre cada calle del pueblo con la mirada puesta en los zapatos de los transeúntes en busca de los pesos que lo sostienen. Mauro Cacho es un gran amante de la naturaleza; es lo que dicen quienes por años lo conocen. Y no precisamente porque siembra árboles o cuida de pájaros o sea un decorador y cultivador de las plantas; si no porque se la “fuma toda”.
En cierta ocasión, mientras embolaba los zapatos de uno de sus clientes, su conversación se hizo seria y política. Su cliente era un ciudadano prestante del pueblo a quien le preguntó: “Vos que pensás del presidente Uribe home?” El señor le respondió: “¡Hombre, Uribe es un verraco; un buen presidente!” A lo que Mauro Cacho le increpó: “Pero ese man nos está tirando muy duro a nosotros los narcotraficantes”. La carcajada aun se oye hoy entre quienes recuerdan esta anécdota famosa de Mauro Cacho.
Mauro últimamente alega y habla solo. Y se enoja con quien lo saluda. Los vecinos y viejos amigos clientes dicen que la hierba que se fuma lo mantiene en un vuelo constante; a lo que Mauro responde en tono jocoso y burlón: “Sisas parce”.
A la Gaviota es mejor dejarlo quieto
“¿Con vidrio o sin vidrio?”, les repite con insistencia a los dolientes del difunto La Gaviota; un personaje de Ituango que vive en las calles. La frase hace referencia al tipo de ataúd que los parientes quieren para su familiar muerto: con vidrio es un poco más caro y lo venden en las funerarias; sin vidrio es el cajón de cuatro tablas que el municipio les da a los familiares más pobres para que entierren a sus difuntos. La Gaviota vive de las limosnas que recoge en tarro de leche Klim y de los rezos que derrama en los velorios y entierros. Para muchos es un desamparado que vive de milagro. Habita en el “segundo piso de Germán, quien vive en la calle”, le dicen burlonamente para irritarlo y hacerlo enfadar. El pobre sufre de ataques epilépticos, por lo que muy seguido se le ve con contusiones y aporreado. Pero tiene buen sentido del humor y es apreciado y recordado por la gente del pueblo; sobre todo por sus frases contundentes e irónicas que les lanza a las personas que no le dan plata. “¡Como es bonito!; ¡De buena presencia!, ¡Tiene plata!... ¡Pero amarrao!, ¿Quién dijo pues…? ¡Véalo ese es!
A La Gaviota no solo se le recuerda por sus frases irónicas en los velorios. También son famosas sus peleas enconadas callejeras de las cuales nunca resulta perdedor. Es el mejor. Y para tirar piedra, es el campeón de la región.
La gente que lo conoce de mucho antes dice: “A La Gaviota es mejor dejarlo quieto”.
Un galán llamado Maiopeña
Mario Peña es muy conocido por su manera de hablar con gestos y entonaciones graciosas. “Ah maría, mi amor… ¡aaunde usté se dejara distinguir de mí! ¡Mejor dicho!” “Maiopeña”, dice cuando le preguntan por su nombre. Es, como se dice el argot común, media lengua para hablar. Es un trabajador fuerte e incansable. Realiza los oficios que sean necesarios sin reparo alguno: construcción, pica y pala o recolector de café. Trabaja toda la semana para darse ciertos gustos y lujos los fines de semana de descanso y disfrute con su mayor afición: tomar aguardiente. No falla en los tomaderos de licor a la caza de las jóvenes de las cuales él dice ser gran admirado. “Se cree lindo”, le dicen las mujeres.
Y no es para menos. Hay que verlo bien plantado con su pinta intachable y sus maneras propias de gesticular. A lo que hay agregarle su sombrero fino, camisas de manga larga a rayas y por dentro del pantalón, bluyín botatubo, correa ancha de hebilla tejana y con un caminar elegante y de una armonía como de pasarela. En su imaginación es el ídolo de las mujeres de Ituango, a quienes les lanza miradas picarescas y guiñadas de ojo. Es amable y saludador; cual campaña política. Y no falta la mujer, quien siguiéndole la corriente, le saque del bolsillo lo que pueda o, como mínimo se lo “gorree” en medio de una borrachera, a lo que Mario Peña no le encuentra reparo alguno. Ni se percata de ello.
Las Travesuras del Duende
El Duende es travieso. Salta de aquí para allá y aparece donde menos se cree. De sus travesuras ha engendrado veinticinco hijos y nietos. A todos los cuida y responde por ellos. Israel Mora, como es su nombre de pila, ha sido revueltero toda la vida. Metido en un toldo en el parque principal de Ituango deja ver su figura de pequeño hombre luchador de la vida. Cubierto por su sombrero arrugado se mueve entre plátanos, yucas, coles, repollos, verduras y frutas que alcanza con sus manos grandes y callosas. Como buen campesino usa abarcas ´trespuntadas´ y su camisa manga larga doblada al codo. Es un trabajador verraco, como dicen en su tierra natal y no se le arruga a ninguna labor, mientras sea honrada y le genere plata para sostener a su recua de hijos y nietos; quienes lo esperan querendones en su casa y se hacen cargo de la revueltería.
En cosecha de café trabaja como administrador en la finca de los Castañeda; posición que se ganó después de haber recolectado el grano durante muchos años. Dicen que a Israel, El Duende, nunca le faltará el trabajo porque es un buen hombre y un buen padre y abuelo. Eso sí, ojalá deje sus travesuras y no le sume más integrantes a su ya larga generación.
Germán el Predicador
Pueblo que se respete tiene su loco propio. Germán es el de Ituango y es proviene de la vereda Los Auses. Nunca salía al pueblo. Fue solo hasta que el ayudante de escalera se lo trajo a conocer el pueblo y ya no hay quien lo devuelva. Desde que llegó se quedó. Se le ve por todas partes y a todas del día o de la noche; bien sea jugando con los niños, persiguiéndolos y haciéndoles muecas. Es lo que más le gusta así como predicar. En las misas y con voz gangosa balbucea palabras enredadas y confusas: “Estamos reunidos en el nombre de Dios padre, espíritu santo amen podéis ir en país alabaré, alabaré… piritusanto amén”.
A Germán poco le gusta el agua. Dicen que si mucho, se moja cuando cae agua en las épocas de invierno: por su aspecto y su olor nauseabundo la gente no se le acerca. Y cuando camina ladeado como para echársele encima a las personas, es mejor conservar distancia. Germán, el Predicador, duerme en la calle y en cualquier acera. Come lo que le dan. Y la palabra más temida por él es Los Auses. Se enoja con quien le recuerde el lugar que lo vio nacer y al que nunca jamás ha vuelto.
La lengua de un tal Rubén Petaca
A Rubén Petaca lo sostiene la Alcaldía de Ituango; es decir, lo mantiene el pueblo con sus contribuciones e impuestos. Pero todo el mundo lo quiere. Anda por la calle como midiéndola y hablando con la gente como el abuelo de todos. “¡No me creás tan aguacate, home!”, dice siempre con la risita que apenas dejan ver su boca sin dientes y con la inmensa lengua que posee. Aseguran quienes lo conocen, que el viejo Rubén Petaca realiza hazañas increíbles con su lengua gigante. Una de ellas es metérsela en la nariz; o se lame la cara con ella. Luego de sus andanzas se acuesta sin falta a las seis de la tarde, como las gallinas.
Dicen que Rubén ha vivido en varias partes. En ninguna se amaña, ni siquiera en el asilo, en donde lo atendían bien y con ciertas comodidades. Allí se aburrió según él “porque la vida era muy dura. La administradora lo ponía a hacer mandados”, asegura. Rubén Petaca no tiene familia. Es un solitario reconocido que ahora vive de la caridad a un lado del parque automotriz, en una caseta que el Municipio le dio.
Cada mes el Municipio le da una mesada. La gente le dice que ya consiguió dinero: “¡Ya mantenemos el carriel lleno. Platica pa´ tomar aguardiente!”, le aseguran, a lo que él les responde. “Comidita, que es lo que más alimenta, mijito”. Una de las frases conocidas de Rubén es: “Uno se baña o se cepilla. Las dos cosas quedan pesadas. Y eso sí, si es cepillo por un solo lado”. Las risas no paran.
Rubén es como un abuelo agraciado que anda por las calles como un fantasma resguardado por una ruana que nunca se quita, un sombrero oscuro, un carriel y un bastón con el que mide las calles. Algún día, desaparecerá como vino y vendrá entonces la nostalgia por uno de los personajes más queridos del pueblo de Ituango.
Rosalba, la llorona por la plata
Rosalba rompe en llanto y en gritos si no le dan plata. Es tan vieja la estrategia como ella misma. Pero le funciona. De eso vive y con ese truco morirá un día de estos. Desde su casa en las afueras del pueblo de Ituango, cerca al matadero municipal, Rosalba madruga a callejear todo el día. Solo se acuesta bien tarde en la noche cuando los negocios han cerrado. Rosalba vive de la caridad y de las comidas que le dan los comerciantes a quienes frecuenta. Salta de alegría una vez consigue lo que se propone; es como una niña cuando estrena un juguete o su muñeca que ha soñado por siempre. La emotividad de la vieja Rosalba conmueve, sobretodo porque no se le entiende lo que trata de decir. Pero son sus expresiones las que hablan por ella.
Los domingos se le ve a Rosalba bien engalanada con vestidos largos y floreados que luce alegre y tarareando de la felicidad. Dicen que solo se baña ese día cuando va a misa y escondida detrás de un maquillaje maquiavélico que despierta las risas entre los feligreses. “Es como si se hubiera maquiilado con hisopo”, le dice la gente. Ella solo atina a reírse en medio de su felicidad dominguera, la que conserva hasta la salida de la iglesia cuando se transforma en la Llorona; la misma que en semana deambula por las calles en las noches, triste y melancólica por la falta de plata
La seriedad de don Fabio es como para no creer que diría una sola mentira. Su forma de hablar es pausada y ronca; como la de un doctor, un político o un filósofo que trata de asuntos serios e importantes. Posee una manera de convencer que se la envidiaría cualquier político en campaña. Generalmente viste ropa informal como camisas de rayas, bluyín, zapatos renegados y siempre lleva consigo un metro en la correa y un lápiz rojo en una de sus orejas. De ojos claros y vivaces, de rostro alargado, aun se conserva delgado a sus 41 años y posee una figura atlética de 1,80 metros aunque las canas han copado su cabeza del todo.
Don Fabio es contratista de construcción y es el esposo de doña Amanda, una profesora de lengua castellana del pueblo. Es un hombre respetado y un personaje prestante dentro de la comunidad de Ituango. Pero tal condición no lo aleja de su pasatiempo favorito: las mentiras y exageraciones. Una de las historias más conocidas narradas por don Fabio es la del carro fantasma. Con elocuencia y parco como una estatua cuenta: “Una noche, home; yo venía de Medellín. Era muy tarde y manejaba mi Toyota rojo ´orejaeperro´. Pasaba por el puente de Pescadero. Miré hacia arriba y me di cuenta que por las vueltas de Chingale iba el carro fantasma. Todos hemos oído de ese carro que aparece en las noches. Pues sí señor. Le asenté la pata a mi ´orejaeperro´ a toda máquina. ¡Que lo alcanzo lo alcanzo! Más o menos en el sitio conocido como los Galgos, me le pasé y ahí lo dejé botado. Imagínese que nadie es capaz de pararse a mirar el carro fantasma. ¿Ah? ¿Y cómo es que me da esa papaya?
También cuenta don Fabio que en una ocasión iba en su Toyota por las curvas de Chingale y que de pronto apareció un ventarrón, mejor dicho, según él un espantoso vendaval: “Una cosa miedosa. Yo no aguanté y paré el carro y me bajé. Era tanto ese ventarrón, que vi como el reflejo de las luces del carro se movían de un lado para otro. Algo increíble. ¡Pero que le pasan a uno!
Pero nada como la historia que narra don Fabio acerca de cuando tenía una mascota. Se trataba de un perro de raza chihuahua. Una miniatura que bien podía caber en el bolsillo de su camisa a cuadros. Con su voz ronca y picantosa, don Fabio asegura: “Vea home, uno no tiene un perro solo por tenerlo. Esta miniatura que yo cargaba se llamaba Danger; un perro chiquito pero ¡ojo que taca al cuello!
Don Fabio y Cruz: relatos en el parque de Ituango
En una ocasión se sientan en el parque principal de Ituango Cruz y Fabio, dos de los más reconocidos aduladores del pueblo. A Cruz se le da por hablar de leche de ganado.
“Vea home, Fabio. Mi hermano tiene una finca inmensa. Hubo que hacer carreteras para poder sacar la leche porque a lomo de luma es imposible. Imagináte Fabio que pa` conocer esa finca hay que recorrerla en tren. Uno termina barbado al final del recorrido. La finca es tan grande y con tanto ganado que la forma de sacar leche es inimaginable. La leche se pierde a diestra y siniestra. Uno se baña con leche todos los días. Hasta una piscina llena de leche hay pa` los visitantes”.
Fabio no quiso quedarse atrás y la emprendió con el siguiente relato: “Hombe Cruz; ahora que hablás de leche. Imagináte que iba con mi hermano por alla´pa San Pedro y estaba un tipo baquiano con la peinilla; y déle y déle a la desmaleza del potrero. En una de esas se descuidó el hombre y preciso. Se llevó los cuatro dedos de una mano. Pero lo que es la malicia indígena, Cruz. Había una vaca al lado y le mochó las cuatro tetas. Una pa` cada dedo. Y si vieras hombe Cruz, cada teta está dando diario cuatro puchas”.
Media de guaro para Mi Cabo
“Sírvame algo de bogar mientras me prepara algo de mascar que yo espero”, era la frase más conocida de mi Cabo, un viejo zorro de Ituango cuyo oficio de cargador lo llevó hasta su muerte. De una fuerza poderosa y aún con setenta años, se alzaba sin mueca alguna bultos de 80 kilos para llevar a sus clientes de toda la vida hasta sus propias casas. Nunca usaba otro calzado y ropa que no fuera albarcas tres puntadas, pantalón sencillo, camisetas de publicidad de abarrotes y su inseparable carriel y gorra roja de Café Sello Rojo.
Este viejo barrigón de tez morena, cara redonda y de pies grandes rústicos y callosos, nunca le faltó su media de aguardiente cada día, la que con gusto y devorador agrado se mandaba al final de cada jornada. El aguardiente era, prácticamente, el objetivo de tanto esfuerzo y por tantos años. De la comida no se preocupaba, pues en el asilo en donde moraba la tenía asegurada.
En cierta ocasión, la guerrilla se tomó el pueblo de Ituango a eso de la 2:30 de la mañana. El grupo de bandoleros saqueó el supermercado y uno de ellos despertó a mi Cabo para que le llevara una nevera a cambio de dinero. La gente comentó durante mucho tiempo cómo veían a mi Cabo con una nevera encima pasando por la mitad del parque y en medio de la balacera de la toma. Mi cabo Murió en su ley: ebrio, alzando bultos hasta el último de sus días y saludando a las señoras: “¡Buenos días señora, sírvame algo de bogar mientras me prepara algo de mascar que yo espero!”
Mi Cabo nació en 1935 y murió en 1999. De nombre desconocido.
Cruz de Cabo, hábil y cuentero
“Te quebraste Cruz, te quebraste”, le decía la gente al saludar a este viejo ituangüino, hablador y chicanero. Cruz sólo atinaba a responder y a señalar con un dedo índice: “pero me quedó ésta: el entable (la lengua)”. Y no era para menos, pues con su hábil habladora Cruz era poseedor de tierras y propiedades imaginadas que luego comerciaba con cualquier incauto. Sin embargo, es recordado por ser una buena persona y un adulador experto comparable sólo con un hábil cuentero.
Aunque Cruz no era habitante habitual de Ituango, permanecía lo suficiente como para sacar de debajo de su ruana cualquiera mentira o caña a su paso por las calles o el parque principal, sitio testigo de sus más grandes hazañas. Bajaba de vez en cuando desde la vereda La Vega, de un corregimiento de Peque, a su oficina pública, una banca. Por lo general permanecía una semana adulando y durmiendo en hotel o en la Casa del Campesino y descansaba otra en su finca de la vereda.
Una de las características de Cruz, que utilizaba como anzuelo, era su apariencia montañera clásica. Una sutil estrategia para ganarse la confianza de las víctimas de sus exageraciones. Con un elegante sombrero de paño aguadeño negro, un sobrio pantalón de dril acompañado de camisas de manga corta y perrero en macana, Cruz hacía alarde de sus fantasiosas historias bien narradas luciendo los mejores trajes a su público.
Cruz es uno de los grandes exageradores del pueblo. En cierta ocasión tenía en su poder un cheque ´chimbo´ (malo). Se le ocurrió ir a donde don José Duque, un reconocido rico de Ituango; de esos tacaños, como el mismo Cruz lo catalogaba: “No cagaba en falda pa` no ver rodar el bollo”. Cruz el dijo al rico José: “Cambiáme este chequecito, José. Es que debo viajar a la finca y no tengo tiempo de ir a cobrarlo mañana”.
Don José como buen rico amarrado y usurero le dijo: “Hombe Cruz, yo te lo cambio pero caso el veinte por ciento”. Cruz le respondió: “Qué más vamos a hacer. La necesidad tiene cara de perro”. Y fue así como Cruz vio en efectivo y en sus manos el valor de su cheque.
Al siguiente día don José fue a cambiar el cheque al banco. Por poco se va de espaldas al darse cuenta de la tumbada de la que fue víctima. A los veinte días se encontraron Cruz y don José y de inmediato éste último en una mar de enojo le cuestionó: “Cruz este cheque lo llevo mañana mismo al juzgado; porque esto no se queda así”. Cruz con la calma y el cinismo profesional que lo caracterizaba le dijo: “Hombre don José vos que sos bobo. No ves que no te lo pagaron en el banco donde hay plata, ¿te lo van a pagar en el juzgado que no hay?” Cruz Caro nació en Ituango 1948 y murió en Medellín en 2002
El hijueputa pueblo de Cutingus
“Cutingus, cutingus, cutingus…”, entona el loco del pueblo. En ocasiones le da por cantar a todo pulmón: “Hijueputa pueblo, pueblo hijueputa”. Como un fantasma en pleno día, Cutingus recorre las calles de Ituango tarareando sus melodías hechas burlas e insultos. Su locura lo trajo un día en la escalera que pasa a diario y recorre los municipios de la región. A veces, y como emulando esa primera vez, se cuelga del primer bus o escalera que se le antoja. Va y viene en medio de sus lunáticas temporadas. Es fácil identificara a Cutingus; a menos que otro personaje con aires de Quijote, flaco, blanco y cabellos encrespados con ojos claros, aparezca de repente suplantándolo.
Cutingus por plata canta lo que sea; hasta su propia inspiración le ha dejado provechos económicos, con los cuales sobrevive en medio de la pobreza y al borde del abandono. De Cutingus se dice que ya bordea los cuarenta años; otros que no, que aún marca con el tres; o sea treinta y tantos. Lo cierto es que desde aquél día en que una escalera vieja lo dejó en el parque de Ituango, Cutingus deleita a corrillos de tomadores de pelo, siempre y cuando se manden la mano al bolsillo si quieren oír de su boca La piña madura, una tonada que divierte y entretiene por largos ratos a los más desocupados del pueblo. Es decir, a la mayoría.
El embrujo de Gallo Arisco
Todos saben cuándo Gallo Arisco ha pasado por cierto lugar del pueblo. Una riega de papeles en el suelo delata a este personaje reconocido, otrora galán de Ituango, y hoy reducido al remoquete de Gallo Arisco: el picador de papel. Siempre luce como un trabajador del Municipio, gracias a sus jeans azules, botas Grulla negras y camisa azul amarrada con nudos en las puntas y a la altura de la cintura. Una mirada intensa con sus ojos azules, delata el encanto al cual sucumbían las mujeres en su época jovial. Blanco y de cabellos largos aún despierta una que otra mirada furtiva entre las damas cuarentonas que lo ven pasar y se lamentan de no haberlo salvado de la enyerbada que dicen fue objeto.
Se dice que en esa vieja artimaña tradicional de atrapar hombres y mujeres atractivos por medio de la brujería o la toma de pócimas, cayó Gallo arisco. De ahí sus problemas de la cabeza. De seguro alguna joven desahuciada de amores no conseguidos y encuentros escondidos con Gallo, quiso dejárselo para sí nada más. Una argucia egoísta que ha perdurado por más de veinte años, en una historia conocida por generaciones y comprobada en cada montón de papeles picados dejado en las esquinas del pueblo. Su autor: el loco aquél de los ojos azules intensos que hurgan los rostros femeninos en búsqueda de la cura o contra que lo sacará de su vieja embrujada.
Las aventuras de Parra, Tomate y Arimatea
Tres personajes cuarentones y de fama bien ganada son Parra, Tomata y Arimatea; tres compadres cuya mayor afición ha sido la tomadura de pelo. Amigos de toda la vida, hacen de las burlas y las mentiras una deliciosa complicidad inquebrantable y por el contrario cada día mas cargada de anécdotas e historias increíbles.
Parra se dedicaba a arreglar radios, televisores, equipos de sonido. Recibía los electrodomésticos con la seriedad del más diligente sin que la víctima intuyera que los devolviera buenos o al menos en el mismo estado. Eran famosas sus camisas vistosas y resplandecientes de chalís mangas largas adornado de pantalones clásicos de tipo botacampana; ya para ajustar un caprichoso gusto muy de su estilo, no calzaba más que chanclas o sandalias de baño. En realidad sus atuendos, con el tiempo se fueron haciendo parte del 1,70 metros, piel morena, cabello negro, cara redonda y una barba gris siempre al ras que combinada con sus lentes oscuros cual artista del jet set.
Por su parte, Tomate se dedicaba a pintar. Emulando gustos estrafalarios de artistas consagrados, siempre llevaba una de sus manos dentro del cuello de la camiseta. De tez amarilla, flaco y desgarbado para sus escasos 1,60 metros, Tomate le hizo por siempre, publicidad a Pintuco con sus gorras viejas y manchadas por la pintura fruto de sus obras artísticas en paredes, zócalos y muros. De todas…
En Ituango conocen a Arimatea por ser un buen panadero. Al igual que sus compadres, viste pantalón botacampana pero camisa costeña guayabera, alpargatas egipcias y mide 1.85 de estatura; es acuerpado, de cabello churrusco canoso, cara alargada y usa caja de dientes.
Estos tres alcohólicos reconocidos y alabados en el pueblo, sólo trabajan para beber licor todo el tiempo, todos los días… a cada momento. En cierta ocasión, Arimatea va a donde Parra y le propone comprar licor: “Entonces que hacemos?” Parra contesta: “Pues yo tengo mil ajustes para media”. Arimatea dice: “Bueno, yo tengo otros mil. Ahí está”. Y Parra contesta: “Andá Arimatea, pero ojo con Tomate se le pega que últimamente esta muy gorrero!” Arimatea dice: “Listo”.
Cuando Arimatea venía con la media de aguardiente entre una bolsa de papel, Tomate lo vio venir, pues éste estaba en el negocio Tebusco, de Jaime Rojas. Tomate le cayó justo a Arimatea y le dijo: “¿Con que esas tenemos, tomando a escondidas Arimatea? A lo que éste respondió: “¡Qué va, mediecita que compramos Parra y yo para calentar dos viejitas! Por eso no te llamamos”. Tomate le contestó: “A bueno güevón. Dame un guarito que estoy seco”. Arimatea respondió: “Hombre Tomate, vos sabés que yo con Parra siempre voy mitad y mitad. Y la mitad de él es la de encima. Así que ni modo. Si te doy un guaro me toca dátelo de la parte de él y se enoja”. Medio incrédulo por el argumento que acababa de escuchar, Tomate sólo atinó a decir: “Entonces espérame aquí yo entro allá y vuelvo”. Parra entró al Tebusco y le dijo a Jaime Rojas que le regalará un pitillo. Luego salio a donde Arimatea y le insistió: “Ahora si Arimatea solucionamos el problema: ¡Con este pitillo me tomo el aguardiente de la parte tuya, o sea la de abajo y listo el pollo!”
Otra de las aventuras populares que dejaron estos tres mosqueteros del licor en Ituango, cuenta del cambio de nacionalidad que le hicieron al Bolívar del parque del pueblo. La consigna era volver paisa al Libertador, para lo cual le cambiaron la espada por un machete, le amarraron poncho al cuello, le colgaron carriel, le colocaron al lado una ´pucha´ de guaro y un letrero que rezaba: “Hoy emborrachamos al libertador Bolívar y de cuenta de Tomate, Parra y Arimatea”. Su osadía pasó a la historia como una de las narraciones más graciosas que tenga recuerdo la gente en Ituango; mientras tanto los tres amigos ociosos también pasaron un buen rato en el calabozo por irrespeto a la autoridad.
En realidad es una vieja muy apreciada por los habitantes de Ituango, como quiera que les ha vendido frutas por más medio siglo bajo un curazao y una sombrilla que las resguarda, bien del calor bien de la lluvia. Sus productos los trae de la vereda del valle que pertenece a Toledo, un pueblo cercano y cuyas tierras fértiles nunca le han negado mangos, papaya, mamoncillo, aguacate, chócolo… El viejo curazao que la ampara está sembrado al lado del atrio de la iglesia en el parque; un privilegiado lugar sentenciado para ella por el paso del tiempo y sitio obligado para los feligreses y rezanderos de Ituango.
La eterna juventud de La Belleza
La Belleza era contemporánea de Josefa, aunque le llevara unos diez años más a ésta. Como todas las ancianas de Ituango, de vestidos largos y floridos, ella deambulaba por el pueblo pidiendo limosna bajo la incredulidad del buen estado de su salud que la gente percibía en sus claros ojos y su piel tersa, blanca y extrañamente si arrugas… impecable. Nadie le negaba nada a la querida Belleza y siempre la saludaban a su paso por cualquiera de las calles. El recorrido lo hacía cada martes. Y ya se sabía que era el día en que La Belleza reclamaba la ropa y la limosna con las cuales sobrevivía por tantos años; eso sí siempre con un saludo y una sonrisa humilde y sincera. Fue así como se ganó el cariño de los ituangüinos. La Belleza vivía por Los Baños, un lugar conocido y alejado que fue testigo de una solitaria mujer, amante de los niños y que por las piruetas del destino terminó sola, pero querida por todo un pueblo.
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El hombre Milamores
Roberto, alias Milamores, campea en su moto por la región de Ituango conquistando mujeres y tomando aguardiente en cada paraje. Con sus frases filosóficas rebuscadas logra impresionar a incautas, quienes como encantadas por un bacán cuarentón de voz altisonante y piropos dulces y melodiosos han caído mansas y en bandeja de plata en sus brazos. Es una especie de vaquero rústico con la delicadeza de un príncipe experto en conquistas; amigo de todos y el centro de atracción a donde quiera que vaya. Un hombre bonachón alto y fornido, cara redonda y sonrisa postiza con el pecho al aire en actitud viril soportada por un tatuaje de una smith and wason .38. y para estampar bien su figura, Milamores escampa su humanidad bajo sombreros alados de iraca.
Desde muy joven se casó y fue mantenido por su esposa aun en medio de borracheras y agarres. Al cabo del tiempo y de soportar su mala racha conyugal, se separó y siguió su vida normal y libre: ande para arriba, ande para abajo; enamore aquí, flirtee allá y tome aguardiente a la par de sus conquistas.
Ha sido un negociante hábil y certero. Cierta vez le iba a comprar una mula a un señor a quien le advirtió: “Hombre; esa mula hay que ensayarla”. “No hay problema. Esa mula es muy buena. Vaya y ensáyela y luego hablamos”, le autorizó el incauto dueño de la bestia. Ese día Roberto Milamores se emborrachó montando en la mula y entrando a todas las cantinas del pueblo. En medio de la rasca le dio por viajar a Peque, un municipio a catorce o quince horas en mula. Allá fue a dar. Cuenta la historia, que días después, le mandó a decir al dueño de la mula que fuera por ella a Peque “ya que no le había servido. Que esa bestia lo había dejado botado a mitad de camino pues no fue capaz de traerlo”.
Cuenta Roberto, entre exageraciones y mentiras, que cuando estuvo en la Costa vivía como un rey. Tomaba aguardiente todo el día y conquistaba mujeres por doquier y andaba en carros por cuenta de doña Elfa García, una costeña sesentona con cirugías a más no poder. “El ombligo se lo pusieron en el centro de una teta para que pareciera un pezón”, dice Milamores. “Era una vieja con mucha plata a quien sagradamente había que “córtale una oreja” (hacerle el amor) como mínimo una vez al día. Si no, quién se aguanta esa polla o gallina más bien, que tenía cara de niña pero espalda de iguana platuda”, cuenta en medio de la risa Roberto.
Dicen los rumores que Roberto por fin se casó de nuevo y por la Ley del Guamo (juntitos y arrejuntados). Cansado de su vida pachanguera y libertina, dice haber encontrado el “amor de su vida”. Se le ve con su amada de arriba abajo en su moto bajo la mirada vigilante de ella, quien le controla hasta los guaros que se toma. Eso sí, Milamores no ha dejado de ser “pato”; a donde va arma corrillo y es el centro de la “batanería”.
Mauro Cacho, el ´narco´ del pueblo
Y como en todo pueblo que se respete, no puede faltar el embolador, o lustrador de zapatos como llamarán otros. Mauro Cacho es en propiedad el lustrabotas de Ituango. Ejerce su oficio desde tiempos inmemoriales y se dice que a quién Mauro le no haya limpiado sus zapatos en este pueblo es porque no los usa. Buen conversador; propio de su quehacer, Mauro entretiene con sus historias fantásticas y chismes recogidos entre sus clientes habituales. Recorre cada calle del pueblo con la mirada puesta en los zapatos de los transeúntes en busca de los pesos que lo sostienen. Mauro Cacho es un gran amante de la naturaleza; es lo que dicen quienes por años lo conocen. Y no precisamente porque siembra árboles o cuida de pájaros o sea un decorador y cultivador de las plantas; si no porque se la “fuma toda”.
En cierta ocasión, mientras embolaba los zapatos de uno de sus clientes, su conversación se hizo seria y política. Su cliente era un ciudadano prestante del pueblo a quien le preguntó: “Vos que pensás del presidente Uribe home?” El señor le respondió: “¡Hombre, Uribe es un verraco; un buen presidente!” A lo que Mauro Cacho le increpó: “Pero ese man nos está tirando muy duro a nosotros los narcotraficantes”. La carcajada aun se oye hoy entre quienes recuerdan esta anécdota famosa de Mauro Cacho.
Mauro últimamente alega y habla solo. Y se enoja con quien lo saluda. Los vecinos y viejos amigos clientes dicen que la hierba que se fuma lo mantiene en un vuelo constante; a lo que Mauro responde en tono jocoso y burlón: “Sisas parce”.
A la Gaviota es mejor dejarlo quieto
“¿Con vidrio o sin vidrio?”, les repite con insistencia a los dolientes del difunto La Gaviota; un personaje de Ituango que vive en las calles. La frase hace referencia al tipo de ataúd que los parientes quieren para su familiar muerto: con vidrio es un poco más caro y lo venden en las funerarias; sin vidrio es el cajón de cuatro tablas que el municipio les da a los familiares más pobres para que entierren a sus difuntos. La Gaviota vive de las limosnas que recoge en tarro de leche Klim y de los rezos que derrama en los velorios y entierros. Para muchos es un desamparado que vive de milagro. Habita en el “segundo piso de Germán, quien vive en la calle”, le dicen burlonamente para irritarlo y hacerlo enfadar. El pobre sufre de ataques epilépticos, por lo que muy seguido se le ve con contusiones y aporreado. Pero tiene buen sentido del humor y es apreciado y recordado por la gente del pueblo; sobre todo por sus frases contundentes e irónicas que les lanza a las personas que no le dan plata. “¡Como es bonito!; ¡De buena presencia!, ¡Tiene plata!... ¡Pero amarrao!, ¿Quién dijo pues…? ¡Véalo ese es!
A La Gaviota no solo se le recuerda por sus frases irónicas en los velorios. También son famosas sus peleas enconadas callejeras de las cuales nunca resulta perdedor. Es el mejor. Y para tirar piedra, es el campeón de la región.
La gente que lo conoce de mucho antes dice: “A La Gaviota es mejor dejarlo quieto”.
Un galán llamado Maiopeña
Mario Peña es muy conocido por su manera de hablar con gestos y entonaciones graciosas. “Ah maría, mi amor… ¡aaunde usté se dejara distinguir de mí! ¡Mejor dicho!” “Maiopeña”, dice cuando le preguntan por su nombre. Es, como se dice el argot común, media lengua para hablar. Es un trabajador fuerte e incansable. Realiza los oficios que sean necesarios sin reparo alguno: construcción, pica y pala o recolector de café. Trabaja toda la semana para darse ciertos gustos y lujos los fines de semana de descanso y disfrute con su mayor afición: tomar aguardiente. No falla en los tomaderos de licor a la caza de las jóvenes de las cuales él dice ser gran admirado. “Se cree lindo”, le dicen las mujeres.
Y no es para menos. Hay que verlo bien plantado con su pinta intachable y sus maneras propias de gesticular. A lo que hay agregarle su sombrero fino, camisas de manga larga a rayas y por dentro del pantalón, bluyín botatubo, correa ancha de hebilla tejana y con un caminar elegante y de una armonía como de pasarela. En su imaginación es el ídolo de las mujeres de Ituango, a quienes les lanza miradas picarescas y guiñadas de ojo. Es amable y saludador; cual campaña política. Y no falta la mujer, quien siguiéndole la corriente, le saque del bolsillo lo que pueda o, como mínimo se lo “gorree” en medio de una borrachera, a lo que Mario Peña no le encuentra reparo alguno. Ni se percata de ello.
Las Travesuras del Duende
El Duende es travieso. Salta de aquí para allá y aparece donde menos se cree. De sus travesuras ha engendrado veinticinco hijos y nietos. A todos los cuida y responde por ellos. Israel Mora, como es su nombre de pila, ha sido revueltero toda la vida. Metido en un toldo en el parque principal de Ituango deja ver su figura de pequeño hombre luchador de la vida. Cubierto por su sombrero arrugado se mueve entre plátanos, yucas, coles, repollos, verduras y frutas que alcanza con sus manos grandes y callosas. Como buen campesino usa abarcas ´trespuntadas´ y su camisa manga larga doblada al codo. Es un trabajador verraco, como dicen en su tierra natal y no se le arruga a ninguna labor, mientras sea honrada y le genere plata para sostener a su recua de hijos y nietos; quienes lo esperan querendones en su casa y se hacen cargo de la revueltería.
En cosecha de café trabaja como administrador en la finca de los Castañeda; posición que se ganó después de haber recolectado el grano durante muchos años. Dicen que a Israel, El Duende, nunca le faltará el trabajo porque es un buen hombre y un buen padre y abuelo. Eso sí, ojalá deje sus travesuras y no le sume más integrantes a su ya larga generación.
Germán el Predicador
Pueblo que se respete tiene su loco propio. Germán es el de Ituango y es proviene de la vereda Los Auses. Nunca salía al pueblo. Fue solo hasta que el ayudante de escalera se lo trajo a conocer el pueblo y ya no hay quien lo devuelva. Desde que llegó se quedó. Se le ve por todas partes y a todas del día o de la noche; bien sea jugando con los niños, persiguiéndolos y haciéndoles muecas. Es lo que más le gusta así como predicar. En las misas y con voz gangosa balbucea palabras enredadas y confusas: “Estamos reunidos en el nombre de Dios padre, espíritu santo amen podéis ir en país alabaré, alabaré… piritusanto amén”.
A Germán poco le gusta el agua. Dicen que si mucho, se moja cuando cae agua en las épocas de invierno: por su aspecto y su olor nauseabundo la gente no se le acerca. Y cuando camina ladeado como para echársele encima a las personas, es mejor conservar distancia. Germán, el Predicador, duerme en la calle y en cualquier acera. Come lo que le dan. Y la palabra más temida por él es Los Auses. Se enoja con quien le recuerde el lugar que lo vio nacer y al que nunca jamás ha vuelto.
La lengua de un tal Rubén Petaca
A Rubén Petaca lo sostiene la Alcaldía de Ituango; es decir, lo mantiene el pueblo con sus contribuciones e impuestos. Pero todo el mundo lo quiere. Anda por la calle como midiéndola y hablando con la gente como el abuelo de todos. “¡No me creás tan aguacate, home!”, dice siempre con la risita que apenas dejan ver su boca sin dientes y con la inmensa lengua que posee. Aseguran quienes lo conocen, que el viejo Rubén Petaca realiza hazañas increíbles con su lengua gigante. Una de ellas es metérsela en la nariz; o se lame la cara con ella. Luego de sus andanzas se acuesta sin falta a las seis de la tarde, como las gallinas.
Dicen que Rubén ha vivido en varias partes. En ninguna se amaña, ni siquiera en el asilo, en donde lo atendían bien y con ciertas comodidades. Allí se aburrió según él “porque la vida era muy dura. La administradora lo ponía a hacer mandados”, asegura. Rubén Petaca no tiene familia. Es un solitario reconocido que ahora vive de la caridad a un lado del parque automotriz, en una caseta que el Municipio le dio.
Cada mes el Municipio le da una mesada. La gente le dice que ya consiguió dinero: “¡Ya mantenemos el carriel lleno. Platica pa´ tomar aguardiente!”, le aseguran, a lo que él les responde. “Comidita, que es lo que más alimenta, mijito”. Una de las frases conocidas de Rubén es: “Uno se baña o se cepilla. Las dos cosas quedan pesadas. Y eso sí, si es cepillo por un solo lado”. Las risas no paran.
Rubén es como un abuelo agraciado que anda por las calles como un fantasma resguardado por una ruana que nunca se quita, un sombrero oscuro, un carriel y un bastón con el que mide las calles. Algún día, desaparecerá como vino y vendrá entonces la nostalgia por uno de los personajes más queridos del pueblo de Ituango.
Rosalba, la llorona por la plata
Rosalba rompe en llanto y en gritos si no le dan plata. Es tan vieja la estrategia como ella misma. Pero le funciona. De eso vive y con ese truco morirá un día de estos. Desde su casa en las afueras del pueblo de Ituango, cerca al matadero municipal, Rosalba madruga a callejear todo el día. Solo se acuesta bien tarde en la noche cuando los negocios han cerrado. Rosalba vive de la caridad y de las comidas que le dan los comerciantes a quienes frecuenta. Salta de alegría una vez consigue lo que se propone; es como una niña cuando estrena un juguete o su muñeca que ha soñado por siempre. La emotividad de la vieja Rosalba conmueve, sobretodo porque no se le entiende lo que trata de decir. Pero son sus expresiones las que hablan por ella.
Los domingos se le ve a Rosalba bien engalanada con vestidos largos y floreados que luce alegre y tarareando de la felicidad. Dicen que solo se baña ese día cuando va a misa y escondida detrás de un maquillaje maquiavélico que despierta las risas entre los feligreses. “Es como si se hubiera maquiilado con hisopo”, le dice la gente. Ella solo atina a reírse en medio de su felicidad dominguera, la que conserva hasta la salida de la iglesia cuando se transforma en la Llorona; la misma que en semana deambula por las calles en las noches, triste y melancólica por la falta de plata
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