En el año de 1838 unos
pocos vecinos de los caseríos de Ituango y Ceniza partieron por los montes en
busca de un rico placer aurífero que se decía había descubierto un señor Yarza,
español, quien parece se había extraviado y muerto de hambre en las selvas. Los
nuevos exploradores, provistos de los víveres que pudieron llevar a las
espaldas, y conduciendo dos o tres cerdos, se internaron abriendo trocha por
entre ásperas montañas, sin más brújula que su instinto y su confianza. El
décimo o duodécimo día de su penosa marcha, después de una noche de gran
tormenta, salieron en busca de los cerdos para seguir su camino, cuando
observaron que tenían partículas de oro adheridas al hocico y que entre el
lodazal donde se habían revolcado brillaban algunas pepitas del metal que
buscaban con tanto afán. Estaban sobre el riquísimo placer de Sinitabé, que
aseguran testigos oculares, produjo en diez años de explotación de ochenta a
cien arrobas (2.000 a 2.500 libras) de oro.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/minas/minas4.htm
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